¿Mirar a los ojos?

Resumen

Mirar a los ojos del otro supone una comunicación presencial; no es posible en una comunicación virtual. Mirar a los ojos supone una decisión voluntaria del sujeto, así es una acción de atención mental que se sirve del sentido de la vista para llevarse a cabo. La mirada a los ojos del otro es tanto un espacio de conexión interpersonal cuanto un espacio para la exploración del inconsciente. La mirada está estrechamente relacionada con el deseo. El deseo revela, sobre todo, lo que me concierne a mi, más que lo que concierne al otro. En la mirada a los ojos del otro se cruza la mirada del otro que nos devuelve información a propósito de nuestro inconsciente, de nuestros deseos y temores. En una situación clínica la mirada a los ojos del paciente puede ayudar a desvelar cómo el paciente se relaciona con la intimidad: su sentimiento de vergüenza puede aflorar en la relación con el terapeuta.

Si hablamos de mirar a los ojos debemos entender que nos estamos refiriendo a una situación de comunicación. Pero no sólo de comunicación, a secas, sino de comunicación que hoy diríamos «presencial», en cuerpo presente, cara a cara. Tiempo atrás quizás no habría que hacer esta precisión, hoy sí. ¿Por qué? Porque la comunicación virtual toma mucho relieve en nuestra vida actual. Buena parte de nuestra interacción comunicativa es textual más que presencial. «Mirar a los ojos» sólo es posible si estamos en una situación real, presencial. Por lo menos para mirar a los ojos con toda la fuerza de la expresión. En una situación virtual, la mirada a los ojos del otro es imposible. Como mucho, en una situación virtual, vemos los ojos del otro mediatizados por la pantalla del dispositivo tecnológico: móvil, ordenador, tableta, etc.


¿Qué es mirar?

Entendemos por mirar la aplicación de la atención, que es algo «mental», una acción de la mente, respecto de algo que es visto como un «objeto». ¿Qué objeto? Se trata de la parte de la realidad que focaliza la atención hacia una parte del cuerpo del otro, los ojos. Haciendo abstracción del resto de aspectos de la realidad, que quedan opacos en mi mirada. Ciertamente que para «mirar a los ojos» necesito disponer de mis ojos viendo a los del otro. Pero cuando miramos, estamos yendo más allá del ver. Del ver con los ojos del cuerpo, los ojos del sentido de la vista. Incluso estoy pretendiendo ir más allá de ver los ojos del otro, de ver sus características.

Cuando miro algo estoy dedicando el esfuerzo de mi conciencia a ver esa cosa. Por mucho que utilice una parte de mi cuerpo, o más: los ojos, el cerebro. Siempre que estoy pensando estoy utilizando el soporte de mi cerebro, con sus ingentes conexiones neuronales. Toda mi actividad mental, cognitiva, emocional, requiere mi cuerpo para ponerse en marcha. Pero quizás podríamos decir que va mucho más allá del apoyo que le presta el cuerpo.

La vista es, sin duda, la puerta de entrada de muchos datos que mi procesador cerebral puede utilizar para pensar, sentir. Los datos visuales pueden ser el estímulo para poner en marcha el proceso de la mirada. Mirar es algo más que ver.

¿Qué se entiende por ver?

El término «ver» se refiere a la acción de percibir objetos a través del sentido de la vista. Captar imágenes a través de los ojos, merced a la luz que reflejan los objetos. Lo que permite a los humanos y a los animales captar formas, colores, movimientos del mundo que les rodea. Así, sin luz no podemos ver, por mucho que tengamos los ojos para poder hacerlo.

Ver, en una primera acepción de la palabra, conlleva un proceso pasivo y automático que no requiere ningún esfuerzo consciente. Con la percepción visual podemos captar un buen puñado de objetos sin ninguna intencionalidad de querer hacerlo por nuestra parte. La vista nos puede inundar con una oferta de objetos que nuestros ojos pueden percibir involuntariamente por el mero hecho de estar en el mundo. Los objetos se nos imponen a nosotros, a nuestra percepción. Como cuando cae la lluvia, nieva o hace sol.

Si a nuestra percepción visual, no importa de qué objetos sea, aplicamos nuestra intencionalidad consciente, estamos mirando la realidad. Ciertamente podemos utilizar la palabra «ver» para significarlo también; pero con el sentido de mirar. Mirar siempre significa la intencionalidad de ver con atención lo que sea. Ver, no siempre significa mirar con atención aunque puede llegar a significarlo. Ver tiene este primer nivel de percepción estrictamente visual, involuntaria.

Mirar a los ojos.

Es una decisión la que tomo cuando miro a los ojos: tengo una intencionalidad. Espero obtener algo cuando decido mirar a los ojos; alguna información significativa respecto al otro. Quiero saber algo sobre ti que creo que la mirada focalizada en tus ojos puede darme. Lo normal es que este gesto se dé en medio de una comunicación interpersonal. Es menos verosímil pensar que tenga esa intencionalidad de prestar atención a los ojos de un desconocido con quien pueda cruzarme por la calle.

¿Por qué decidir mirar a los ojos? El gesto, para que pueda darse en óptimas condiciones, implica un clima emocional de confianza, proximidad, vulnerabilidad. A la vez que la libertad -la mía- de querer hacerlo, que precisa de tu libertad de decidir recibir mi mirada. Los ojos son un espacio íntimo y mirar a alguien directamente implica una apertura emocional. Porque a la vez que te miro yo a ti, tú me miras a mí, necesariamente. Aunque sea el tiempo mínimo para retirarme tu mirada, si fuera el caso.

Ojo. ¿Mirar a los ojos?

Mirarse a los ojos denota vulnerabilidad emocional. Se está en un ambiente de intimidad que legitima este acto de proximidad porque los ojos forman parte de lo más íntimo del ser humano. Si el refrán dice que «la cara es el espejo del alma», aún con más razón se ve mirando los ojos de la cara. Se atribuye al filósofo romano Marco Tulio Cicerón, en el siglo I a.C., la sentencia «la cara es el espejo del alma y los ojos los delatores». Concretamente en la obra «Tusculanae Disputationes» reflexiona sobre cómo las emociones se reflejan en el cuerpo y, particularmente, en el rostro. Así al mirar los ojos del otro esperamos que se delate lo que hay en la interioridad de ese otro.

La mirada y el deseo.

La mirada hacia el otro está estrechamente vinculada con el deseo: el propio y el ajeno. Cuando te miro a los ojos estoy en contacto con mi deseo: ¿qué busco encontrar en ti, en tu mirada? Porque si te miro es que me interesa mirar, tienes importancia para mí. Eres alguien que mereces respeto, alguien que escucho, alguien que tiene alguna ascendencia sobre mí, alguien que quiero.

Al mirar al otro, encuentre lo que encuentre, me concierne. Jacques Lacan afirmaba que el deseo está siempre mediatizado por el deseo del otro. Mirar a los ojos no es sólo un acto de conexión, sino que también es un acto de interpelación. ¿Qué veo en tu mirada que revele algo de mi propio deseo? En mi mirada puedo estar proyectando mis deseos y miedos. Porque mi mirada se encontrará, necesariamente, con tu mirada que me recordará mi incompletud. Mirar a los ojos del otro es tanto una experiencia de intimidad como un momento de confrontación con lo que nos falta.

Mirar a los ojos del otro es un encuentro con la alteridad que nos devuelve no sólo lo que somos sino lo que deseamos ser. También nuestros temores. Bien mirado, mirarte a los ojos tanto puede revelarme algo que te concierne a ti como, sobre todo, lo que me concierne a mí. Porque, de hecho, al mirar al otro ya está en juego mi deseo, siempre. Veámoslo más de cerca. Supongamos que te miro porque quiero saber si tu mirada me devuelve que estás contento conmigo. Si creo que lo estás, se confirma mi deseo: quiero que lo estés porque temo que podrías no estarlo -aunque sea inconscientemente. Si lo que encuentro es que no estás contento de mí se confirma mi miedo, que no estés contento conmigo.

La mirada en la situación clínica.

En la clínica, tanto si se trata de una exploración diagnóstica como si se trata de una psicoterapia, el contacto visual está presente. Paciente y terapeuta se ven y pueden mirarse a los ojos, poco o mucho. La mirada a los ojos puede darse tanto en el paciente hacia el terapeuta, como del terapeuta hacia el paciente. En un contexto clínico, el contacto visual es un espacio privilegiado para observar las dinámicas inconscientes que emergen en la relación transferencial.

En el contexto terapéutico, evitar o sostener la mirada puede ser un indicador de cómo el paciente se relaciona con la intimidad, la vergüenza y el reconocimiento. Así, un paciente que evita el contacto visual podría estar expresando una dificultad para enfrentarse a la vulnerabilidad que implica ser visto por el otro. Porque el reconocimiento, de la mirada del terapeuta, también puede confrontar al paciente con aspectos de sí mismo que preferiría mantener ocultos. Un terapeuta que sostiene la mirada puede ofrecer un contenedor seguro, permitiéndole al paciente explorar sus emociones sin sentirse juzgado. La función del terapeuta consiste en mantenerse como un espejo que refleje pero que no invada ni juzgue.

La experiencia de ser mirado a los ojos tiene un poder reparador, especialmente en pacientes que han sufrido experiencias de negligencia emocional o traumas relacionales. Ser visto, y ser aceptado en esa mirada, puede ayudar al paciente a reconstruir una sensación de valía y pertenencia. Sin embargo, hay que atender a que el acto de mirar al otro no siempre es benigno. En algunos casos, la mirada puede percibirse como intrusiva o amenazante, especialmente para pacientes que han vivido experiencias de abuso o control. En estos casos, el terapeuta debe ser especialmente cuidadoso, calibrando el contacto visual de forma que no invada los límites del paciente.

Conclusión.

Mirar a los ojos del otro es un acto profundamente humano que trasciende lo fisiológico y social que permite adentrarse en las profundidades del inconsciente. Desde la perspectiva psicoanalítica, la mirada establece tanto una conexión interpersonal como un espacio para la exploración del deseo, la transferencia y la subjetividad.

En la práctica clínica, la mirada del terapeuta no es sólo una herramienta técnica, sino un acto de presencia y compromiso con el otro. Al mirar a los ojos del paciente, el terapeuta ofrece un espacio donde las emociones, los conflictos y los deseos pueden ser reconocidos, elaborados. Este acto tiene el potencial de transformar las dinámicas internas del paciente y abrir nuevos caminos hacia la comprensión de sí mismo.

En última instancia, mirar a los ojos del otro nos recuerda que la esencia del psicoanálisis no está en las técnicas o teorías, sino en el encuentro humano. Un encuentro en el que dos subjetividades se reconocen y se transforman mutuamente a través de la presencia, la escucha y, por supuesto, la mirada.

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