¿La identidad del ser humano puede decidirla un tribunal? ¿Qué es ser? ¿Se puede alcanzar el ser? ¿Quién puede alcanzar el ser? El ser humano busca acotar el ser y los seres debido a su configuración, que está tocada por el lenguaje y por su lógica. Sin embargo, el ser humano puede callar, silenciar su lógica lingüística. De hecho, lo hace a diario, al menos cuando duerme. Ser hombre o mujer sería una particularidad del ser, una concreción, que se apoyaría en el nivel existencial y en el cuerpo. El cuerpo es una forma que se da el ser a sí mismo para tomar expresión en el espacio y el tiempo. Los seres humanos tienen la particularidad de pretender ser o no ser. Pero pretenderlo no equivale a serlo. Ningún ser elige ser, no elige venir a la existencia. El ser es un resultado, un dato, un hecho. A ningún ser se le consulta las condiciones en las que aterrizará en el mundo. Somos lo que somos; somos cómo somos. La aceptación de las condiciones del ser, incluidas las de la existencia humana, abre las puertas a la posibilidad de la serenidad. El antídoto del sufrimiento. El nivel de la existencia da cabida a la falta, al deseo y, en consecuencia, al conflicto. El ser es absoluto silencio.
¿Quién es una mujer? Recientemente, en Inglaterra, la Corte Suprema de Justicia ha acotado la posibilidad de ser mujer, dentro del marco de la ley británica: una mujer es quien ha nacido mujer, no quien pueda sentirse. Parecería que la posibilidad de «ser» vendría dada por unas condiciones. Quien las cumple, «es», quien no las cumple no «es». Ser o no ser.
La cuestión es más profunda, porque lo que está en juego es el ser. ¿Qué es ser? ¿Se puede alcanzar el ser? ¿Quién puede alcanzar el ser? Ciertamente, todo lo que podemos preguntar y responder lo hacemos con el uso del lenguaje. ¿Qué es el lenguaje? Una cadena de significantes y significados sujeta a normas. Cada palabra está delimitada por un significante que abre la baraja de una serie posible de significados. El lenguaje, por tanto, tiene límites. ¿Y el ser también los tiene? ¿Es, pues, adecuado el lenguaje para captar el ser?
El tema es que es el ser humano quien pretende captar el ser. Cuando lo que está claro es que el ser late antes y después de que el ser humano reflexione, incluso a propósito del ser. En la realidad del ser aparece la conciencia del ser humano. Y esta conciencia del ser humano puede pretender captar el ser, el misterio del ser. El ser escurridizo que sobrepasa la conciencia reflexiva del ser humano.
Sin embargo, el ser humano busca delimitar el ser y los seres debido a su configuración, que está tocada por el lenguaje. Debido a la condición lingüística del ser humano aparece la pregunta sobre el ser.
Ser y ser humano significan cosas distintas. Intuitivamente podemos apreciar que el ser humano es una particularización que toma el ser. Por causa de la mentalidad humana sujeta a la lógica. La lógica, uno de los límites también del lenguaje humano. Sin embargo, el ser humano puede callar, silenciar su lógica lingüística. De hecho, lo hace a diario, al menos cuando duerme. Cuando la conciencia descansa.
En el silencio del ser humano aparece el silencio del ser. O del Ser, con mayúscula. El Ser no entra en debates limitantes. El ser humano, sí. El ser humano se ve en la necesidad de clasificar lo que entiende que es la realidad. Realidad dicotomizada en la apariencia de un sujeto –o muchos- y de un objeto –o muchos, también. Es otra característica propia de la condición humana, la escisión del sujeto y el objeto. Esta necesidad categorizante se adecua al lenguaje humano.
Ser mujer sería una particularidad del ser, una concreción. La contingencia de ser mujer sería un detalle; una forma en la que el ser se expresa. Es más, ser mujer sería una manera en la que el ser del humano se hace presente. Evidentemente, ser hombre sería otra.
La existencia haría referencia al nivel del ser en el que la posibilidad de ser cristalizaría en una expresión concreta. En el caso de los seres humanos, la existencia comportaría necesariamente el cuerpo humano. Cuerpo humano que no es sólo un cuerpo como aparece al sentido de la vista -humano- sino un conglomerado complejo de sistemas invisibles. El cuerpo de los humanos, en su intimidad y complejidad, no es ni de lejos tal y como aparece a nuestros sentidos. Nos referimos a los sistemas y aparatos que lo configuran. Sistemas: muscular, articular, endocrino, inmunológico, esquelético, nervioso, linfático, circulatorio, tegumentario; aparatos: locomotor, digestivo, excretor, respiratorio, cardiovascular, reproductor. Sin menospreciar las particularidades de las composiciones bioquímicas y biofísicas de cada nivel.
Este nivel corporeizado del ser humano -y algunos animales- comporta funcionalismos generalizados, que son idénticos de unos individuos a otros, y particularizados, de algunos individuos. Es ahí donde radican las diferencias de géneros. Lo que durante siglos se ha clasificado en términos dicotómicos: masculino y femenino. Y que esta dicotomía se ha considerado desde siempre vinculada a la reproducción de las especies.
El cuerpo es una forma que se da el ser a sí mismo para tomar expresión en el espacio y el tiempo. A los ojos humanos. Porque a otros ojos de otros seres no tiene necesariamente esta connotación. Dicho de otro modo, el ser es tal como es, sin estar sujeto a ninguna clasificación humana o no humana. La complejidad de la realidad es tal y como es sin ruido ni disonancia posible: puro ser sin distinciones. El ser es simplemente.
Los seres humanos tienen esta particularidad de poder pretender ser o no ser. Pero pretenderlo no equivale a serlo. Tanto en positivo como en negativo. Que yo pretenda ser algo, no comporta que lo sea; y al revés, que pretenda no ser, no implica que no lo sea. Ser o no ser no es una cuestión de la voluntad humana. Ser, o no ser, es algo mayor que la voluntad del ser humano.
A nivel de la existencia, de las formas del existir humano, los cuerpos humanos tienen la realidad que tienen sin intervención volitiva humana alguna. Una característica bastante generalizada es que ningún ser humano elige su condición humana, en ningún nivel de su expresión. Por supuesto, la más gruesa es la atribuida al cuerpo. El cuerpo humano en toda su milagrosa complejidad e interioridad se presenta por defecto; es dado.
Ningún ser elige ser, no elige venir a la existencia. El ser es un resultado, un dato, un hecho. Parece como si algo lanzara a la existencia a los seres, sin pedirles la opinión. A ningún ser se le consulta las condiciones en las que aterrizará en el mundo. Todo está configurado de fábrica.
La combinación entre la dotación de fábrica y la conciencia individual es la que saca a relucir la posibilidad del sufrimiento. En el caso que nos ocupa, el sufrimiento humano; que no es la única forma de sufrimiento de los seres vivientes. La conciencia de quien se cree separado de la totalidad de la manifestación del ser es la causa del sufrimiento. Si uno forma parte de la totalidad del ser sin distinción, alineado con el ser tal como es, no cabe el sufrimiento.
El sufrimiento cabe cuando aparece el deseo y la demanda de una realidad que no es la que es, a ojos del vidente. La posibilidad de la sucesión temporal, de la división entre lo que es, lo que era y lo que será es la posibilidad del sufrimiento. Cuando la categorización mental aprecia la división temporal se cuela la posibilidad del juicio valorativo. Ayer era mejor que hoy; mañana será peor. Y con el juicio valorativo, puede advenir la añoranza, el rechazo, la ilusión.
Somos lo que somos; somos como somos. La aceptación de las condiciones del ser, incluidas las de la existencia humana, abre las puertas a la posibilidad de la serenidad. El antídoto del sufrimiento.
¿En qué consiste ser mujer? ¿Y ser hombre? ¿Quién prescribe qué entra en la delimitación de una y otra categorías? La respuesta a todo lo que pueda decirse recae sobre el sujeto humano. Y puede ser perfectamente que las listas de una y otra condición sean diversas en función de qué humano las haga. Sin embargo, lo que sea ser mujer y ser hombre, no necesita ningún lenguaje para afirmarlo. Sencillamente se es. Uno -un sujeto- es una mujer, otro es un hombre. Porque el ser, es. El ser no tiene ninguna necesidad de ser o dejar de ser lo que ya es. Es.
El problema viene cuando la mente humana entra en escena y se siente a disgusto con lo que ya se es. Cuando no se siente de acuerdo con el ser que se es. Y se desea ser de otro modo. Y se entra en conflicto con el ser, a nivel mental, en la conciencia de individualidad separada. Porque el ser, o el Ser, no tiene ningún conflicto con la realidad tal y como es. Incluso con las aparentes diferencias que el misterio del ser contempla en su manifestación refractada. Diferencias que son siempre cuestión de perspectiva y, por tanto, relativas a la percepción. Sin percepción, no existen diferencias. El ser es, el no ser no es.
En consecuencia, el dictamen jurídico respecto a que sea la especificidad de una mujer -o de un hombre- sólo puede servir para el nivel del existir. Nivel en el que pueden darse, ciertamente, todo tipo de conflictos. Porque a menudo el nivel de la existencia da cabida al nivel de la falta, de lo que nos falta, del deseo y, en consecuencia, del conflicto. El ser no necesita nada. Porque el ser es puro ser, sin ninguna sombra de no ser.
La mayor parte del tiempo los humanos no tenemos conciencia de ser ni hombres ni mujeres. Simplemente somos lo que somos. Se puede creer que somos hombres, o somos mujeres, ciertamente, y lo somos. Pero vivimos buena parte de la vida sin apreciar esa connotación de nuestra existencia. No perdamos de vista que aproximadamente la tercera parte de nuestra existencia la pasamos durmiendo. Por defecto, la condición de ser mujeres o ser hombres va con nuestro ser. Pero esta condición no es algo de lo que tenemos conciencia refleja: no nos repetimos «soy un hombre», «soy una mujer» a modo de mantra. En cualquier caso, es como un tinte que tiñe nuestro vivir.
La percepción de la diferencia hombre-mujer aparece cuando se compara la realidad de uno con la del otro. En todas sus apreciaciones, que son diversas. Sin embargo, también se puede percibir la igualdad de ambas caras del ser humano: hombre y mujer. Ambas manifestaciones del ser.
El ser es absoluto silencio. Más allá -o más acá- de las palabras humanas está el silencio del ser. El ser abraza al ser del hombre y de la mujer en un abrazo incondicional sin percibir las diferencias de uno y otro. Hombres y mujeres, somos. Los hombres y mujeres que no quieren ser lo que son, también son. También forman parte del misterio del ser. Las disonancias, el sufrimiento, el malestar, como la paz, la serenidad, el bienestar, todo es abrazado por el ser. Nada cae fuera del ser porque el ser es, el no ser no es.