El cuerpo es la manera de hacernos visibles ante los demás: el cuerpo es el sustrato material de nuestra identidad subjetiva, aunque no la agote. Son muchas las personas que sienten, han sentido o sentirán, que su cuerpo no les gusta, total o parcialmente. La actitud de rechazo del cuerpo es una respuesta mental que se da cuando se utiliza la reflexión comparativa. El rechazo puede ser por causas reales o imaginarias y puede constituir una actitud acomplejada. Existen trastornos mentales basados en el cuerpo, fundamentalmente, el trastorno dismórfico, y algunos trastornos alimentarios como la anorexia nerviosa, la vigorexia y la ortorexia ¿Qué podemos hacer para mejorar la actitud rechazante corporal? Tomar conciencia de los inconvenientes del rechazo, de los condicionantes vitales que comporta. Esta proceso de transformación puede realizarse en compañía de un especialista en psicología clínica.
Son muchas las personas que sienten, han sentido o sentirán, que su cuerpo no les gusta. Casi todos, aunque sólo fuera una vez, hemos podido sentir, “no me gusta mi cuerpo”. Ciertamente, el propio cuerpo no puede ser visto sólo como un todo. También es una suma de partes distintas. Es mucho más frecuente el disgusto respecto a la propia realidad corporal, cuando atendemos a una parte -o varias- antes que al conjunto. Así encontraríamos más personas capaces de sentir desagrado respecto a una parte de su cuerpo.
El cuerpo es la forma material como nos presentamos ante los demás. Recordemos como utilizamos las expresiones “en cuerpo y alma”, “en cuerpo presente, de alma ausente”. Es el instrumento primordial de la socialización; nuestro cuerpo animado por nuestra mente. No es el único. Hoy en día buena parte de la comunicación interpersonal pasa por el uso de medios tecnológicos que nada comprometen nuestro cuerpo. Buena parte de la socialización pasa por el uso de redes sociales que prescinden de nuestra corporalidad.
No podemos reducirnos a nuestro cuerpo. Pero el cuerpo se nos presenta como el sustrato de nuestra individualidad, aunque no lo agote. El cuerpo es el vehículo de nuestra identidad subjetiva y de la propia autoestima; visible a los demás. Los demás nos ven, en nuestra concreción material, como somos, porque tenemos un cuerpo que puede ser sustrato de comunicación.
El cuerpo es la condición de posibilidad de comunicación íntima, también. Sin involucrar al cuerpo no hay comunicación íntima, sexual, posible. Así, nuestra autoestima basada en la percepción de nuestro propio cuerpo puede condicionar la comunicación social, por lo general, y la sexual, en particular. El desagrado del propio cuerpo puede disminuir o interferir las posibilidades de comunicación con los demás; también en la esfera íntima.
La realidad corporal es compleja. Pensemos en los médicos que estudian el cuerpo humano dividiéndolo, con el fin de estudiarlo mejor, en una multitud de partes, de sistemas o aparatos. Por ejemplo, entre los sistemas: el articular, el circulatorio, el esquelético, el endocrino, el nervioso, el inmunológico, el linfático, el muscular, el tegumentario, etc. Entre los aparatos: digestivo, cardiovascular, excretor, locomotor, respiratorio, reproductor, etc. La medicina estudia el cuerpo humano desde muchas especializaciones médicas, tantas como una cincuentena.
Las personas que tienen alguna queja de su propio cuerpo no se basan en ningún conocimiento especializado del mismo, sino en una simple percepción visual. Es la percepción parcial o del conjunto del cuerpo, tal y como aparece en la vista propia -o ajena-, la que es la base del rechazo. También en la actitud corporal, en su movilidad.
Esta afirmación “no me gusta mi cuerpo” puede referirse a segmentos del cuerpo. La cabeza, el tronco, las extremidades. Y dentro de éstos, aún se puede ser más preciso. Hay partes de la cabeza que pueden desagradarnos: la cara, los ojos, las cejas, la nariz, la frente, las mejillas, la boca, los labios, el mentón, las orejas, el cabello. Hay partes del tronco que podemos rechazar: el cuello, la nuca, los hombros, los senos, la barriga, la espalda, las caderas, el culo, los genitales. De nuestras extremidades, podemos sentir desagrado con los brazos o las piernas. Las manos, la muñeca, el antebrazo, el brazo, los pies, los gemelos, los muslos, las rodillas, los tobillos, los talones.
Puede ocurrir que el repaso, punto por punto, de cada una de las partes de nuestro cuerpo encuentre una mentalidad crítica en pocos elementos. Pero puede ocurrir también que la crítica parcial nos arrastre a una suerte de enmienda a la totalidad: ¡no me gusta mi cuerpo!
Los pequeños hallazgos con los que notamos nuestro disgusto pueden acabar en auténticos complejos según qué parte rechacemos de nuestro cuerpo. Se entiende que el disgusto con el propio cuerpo descansa en una autoevaluación negativa estrictamente mental. Es mi mente quien emite un juicio crítico respecto a la percepción que hace de mi propio cuerpo. En otras palabras, el cuerpo no se juzga ni para bien ni para mal. El cuerpo no piensa y, por tanto, no juzga. El cuerpo, delgado o gordo, no tiene conciencia de serlo; la mente, sí.
El rechazo parcial o total del cuerpo será obra de nuestra mente. ¿Qué actitud mental dispone al rechazo de la percepción corporal? La reflexión comparativa. Si percibimos nuestro cuerpo y criticamos la percepción es que tenemos una percepción alternativa que la consideraríamos mejor. Esta alternativa puede ser estrictamente imaginaria. También puede deberse a la percepción comparativa de otras realidades corporales, de otras personas, que consideraríamos más agraciadas. La envidia, sana o insana, podría provocar el rechazo de nuestro cuerpo al haber percibido otros cuerpos más bellos que el nuestro.
Cuando uno entra en una actitud de sufrimiento a causa de partes del propio cuerpo, o de la totalidad, uno puede entrar en una pauta acomplejada. En casos extremos, esta suerte de tortura que supone la percepción negativa de qué parte del cuerpo sea, puede llevar a la demanda de cirugía. También a otros medios menos agresivos de intentar modificar esa parte criticada de nuestro cuerpo, si se cree que está a nuestro alcance. Cuanto más indefensos nos sintamos por modificar nuestro cuerpo más dependeremos de ayudas externas invasivas o no.
La otra opción, ciertamente, es aguantarse con el cuerpo que tenemos por los siglos de los siglos. Con sufrimiento soportable o insoportable. El reto siempre será ver si podemos tener una actitud más amorosa respecto a nuestro cuerpo, más tolerante, a pesar de la percepción negativa, realista o no.
El rechazo del propio cuerpo es frecuente en los períodos de crecimiento como son la adolescencia y la juventud, pero no de forma exclusiva. Así podemos encontrar adultos que sean críticos respecto a su cuerpo. Recordemos que la adolescencia es un período de transición entre la etapa que se deja atrás, la infancia, y la que debe venir, la adultez. Particularmente centrada en los cambios que ocurren en el cuerpo y, de modo especial, los referidos a los caracteres sexuales secundarios, derivados de los primarios. Es decir, en la maduración sexual humana. Esta transición es un cultivo suficientemente apto para la aparición de actitudes referidas al cuerpo que pueden llevar a síntomas, síndromes o cuadros psicopatológicos.
El síntoma lo entendemos como un cambio en el pensamiento, el estado de ánimo o el comportamiento. El síndrome como el conjunto de síntomas. El cuadro psicopatológico como el conjunto de síntomas que se ajustan a un trastorno psicopatológico identificado por la comunidad científica como una enfermedad. De mejor o peor evolución y pronóstico.
Los síntomas psicopatológicos que se basan en el cuerpo, que emplean el cuerpo para expresarse, son muchos; pero no siempre esconden un rechazo corporal. Los trastornos que sí se basan en una actitud negativa respecto al propio cuerpo son: el trastorno dismórfico corporal, los trastornos de la conducta alimentaria, particularmente, la anorexia nerviosa, la vigorexia y la ortorexia. Otros trastornos u otros síntomas pueden tener asociados una actitud negativa con el propio cuerpo, siendo conscientes o no los enfermos que los padecen. En otras palabras, una sintomatología, por ejemplo, depresiva, puede encubrir una actitud de rechazo corporal. Algunos sufrimientos ansiosos de cierta intensidad, fóbica y/u obsesiva, también pueden tener implícitos un rechazo del cuerpo, a menudo parcial.
Ciertamente, muchas personas se ven abrumadas por la realidad de una enfermedad orgánica que se expresa, necesariamente, en el cuerpo. La enfermedad, la que sea, somete a una tribulación que tiene el cuerpo como escenario prevalente. Pensamos, sin ánimos de ser exhaustivos, en cuadros de dolor crónico, en fibromialgias, en fatigas crónicas, en enfermedades psicosomáticas virulentas, en dolores corporales inespecíficos. En trastornos digestivos que cursan con dolores: dolor abdominal, gastritis, colitis, enfermedad de Chron, etc. Cuadros neurológicos poco o muy invalidantes: trastornos neuromusculares, esclerosis, ataxias, parálisis, etc. Podríamos citar muchos más.
Las personas que conviven con un cuerpo enfermo, en ocasiones en forma crónica, tienen un plus de dificultad a la hora de tener que soportar sufrimiento. Tienen el dolor físico, si es el caso, con el dolor mental de tener que convivir con unas limitaciones físicas que pueden ser doblemente intolerables. Otras veces, no se trata de ningún tipo de dolor, sino de déficits del funcionalismo corporal que imponen limitaciones a la autonomía, difíciles de tolerar.
Por otro lado, no podemos menospreciar los avances de la medicina que permiten, en unos casos más que en otros, la minimización del dolor corporal. Las clínicas de tratamiento del dolor son un ejemplo, útil para algunos pacientes, aunque no lo sean para todos. Sin embargo, para muchas enfermedades que imponen limitaciones al funcionalismo corporal, no hay restitución de la salud; si es que se perdió. Muchas limitaciones corporales son congénitas; y muchas no tienen cura.
La conciencia de sufrimiento siempre será mejor indicador para la posibilidad de revertir, o de modular, la actitud negativa hacia el propio cuerpo. Obviamente, la identificación de la fuente del malestar, también. En la labor psicoterapéutica es importante desvelar cuáles son los pensamientos que el paciente asocia con la percepción negativa corporal. El sufrimiento mental reiterado descansa en los dogmas que el pensamiento del paciente se dicta a sí mismo para mantener su malestar, paradójicamente.
¿Qué hacer con la propia actitud de rechazo corporal? Lo primero es tomar conciencia; lo segundo, reflexionar sobre los inconvenientes que comporta la actitud de rechazo. También tratar de captar el uso que hacemos, en nuestra vida diaria, de la actitud negativa. ¿En qué nos condiciona? La reflexión debe llevarnos a sopesar la conveniencia de cambiar nuestra actitud ¿Está a nuestro alcance? ¿Nos sentimos capaces de cambiar el chip crítico por nosotros mismos? ¿O podemos pensar en pedir ayuda? ¿Podemos vernos en nuestra corporalidad con otros ojos? ¿No tenemos otra alternativa?
La crítica hacia nuestro cuerpo sólo puede ser transmutada si se produce un cambio de actitud mental, si podemos vernos con otros ojos. Este cambio puede acarrear un proceso de larga duración. En ocasiones, el diálogo confiado con otro, a propósito de las percepciones que tenemos de nuestro cuerpo, puede ayudar al cambio. La comprensión de las motivaciones inconscientes que sostienen la actitud de rechazo corporal puede significar un antes y un después. El diálogo psicoterapéutico con el profesional de la psicología clínica es una posibilidad.