El perdón se plantea sólo después que ha habido una ofensa; primero se da la ofensa con el sufrimiento y las emociones negativas que acarrea. El perdón se da en un escenario relacional entre un ofensor y un ofendido. Sólo al ofendido le compete la posibilidad de perdonar. El proceso de perdonar supone la conjunción de la razón y de la emoción. Ya que la ofensa despierta emociones, como la rabia, el odio, el resentimiento, el deseo de venganza. Se trata de ponderar el dolor sufrido en el contexto de posibilidad del perdón y sopesar si no perdonar puede generar más sufrimiento que perdonar. Puede suceder que no se pueda perdonar la ofensa; en ese caso hay que tolerar las emociones negativas. La distancia facilita el tener que tolerar esa negatividad. El perdón supone una liberación.
Si nos hacemos la pregunta –dirigida a nosotros mismos– de si podemos perdonar es que ha habido un daño previo. Alguien ha provocado una ofensa en otro. Quien se pregunta si puede perdonar -¿te puedo perdonar?-, necesariamente es la víctima del daño sufrido. La persona que hace el daño, el daño concreto que hace sufrir a otro no está legitimada para perdonar. No le corresponde a ella perdonar. Por tanto, el perdón viene después del mal ocasionado que genera sufrimiento. Sufrimiento que puede sobrepasar los límites de la relación en la actualidad; así el perdón puede dirigirse hacia personas con quienes no tengamos ningún contacto.
Para que se pueda hablar del perdón es necesario que haya una víctima y un victimario, en otras palabras, un ofendido y un ofensor. Es necesaria una relación entre personas para que pueda producirse el planteamiento de la posibilidad, o no, del perdón. Es necesaria una ofensa que brote en medio de una relación interpersonal.
La consecuencia natural de un daño ocasionado por una persona a otra es la aparición de sentimientos y emociones negativos. La aparición de un sufrimiento. Especialmente en la víctima, pero no exclusivamente. El victimario puede tener también sentimientos negativos, o no; dependiendo de la sensibilidad que se tenga.
La víctima es la destinataria de la ofensa, del mal, y experimenta la reacción emocional que el daño sufrido le ha ocasionado. Pero, el ofensor, también debe verse contrastado con la asunción de la responsabilidad del mal infringido al otro; o no. La víctima no puede elegir la ofensa sufrida; se la encuentra, le es impuesta desde fuera de sí misma. El victimario, en su mayoría, es el causante voluntario del daño. Aunque la voluntariedad pueda ser motivo de debate, al menos, el grado de voluntariedad. La determinación de causar el daño.
La reacción del ofensor a la acción cometida -sea cual sea- puede tener que ver con la posibilidad del perdón en la víctima. Como si el perdón no fuera exclusivamente, tampoco, una cuestión de la víctima, sino algo que nacería dentro de una relación. Aunque el perdón correspondería sólo a la víctima, pero quizás como una culminación de un proceso. Proceso que podría transitar por la demanda de perdón del victimario a la víctima; como muestra de reparación.
El perdón es fruto de una decisión voluntaria. Decisión que ocurre después de experimentar la reacción de sufrimiento que el daño ha provocado. No procede perdonar nada que no ha ocasionado ningún daño.
Si el mal ocasionado genera sufrimiento ya se pone en marcha una negatividad con la que uno puede sentirse incómodo. La negatividad, las emociones negativas como la rabia, el resentimiento, el odio, la venganza alteran el bienestar de la persona; de la víctima. Pero la conciencia –en el grado que sea– de haber generado malestar a otro, también puede provocar incomodidad en el ofensor; concretamente, sentimiento de culpa. Y la culpa es difícil de soportar.
Perdonar, pues, significa cambiar la mirada hacia el otro y mirarle con los ojos de la comprensión y de la disculpa; transitar de la inculpación a la disculpa. Y ese movimiento es fundamentalmente emocional, requiere la transformación de las emociones negativas para hacer espacio a emociones de signo positivo. Si se puede hacer este proceso, la persona que lo hace, perdonando, se libera del lastre de la carga negativa que la ofensa le había despertado. Así, el perdón es una liberación, también, para quien lo dispensa, porque perdonando puede recuperar el bienestar.
La culpa, que puede despertarse en quien ofende, puede poner en marcha el proceso de la reparación; el deseo de enmendar la situación. ¿Por qué? Porque la culpa es un sentimiento incómodo de llevar y puede hacer aparecer el deseo de liberarse de ella. Si se da, la reparación, se puede facilitar el proceso del perdón, en la persona ofendida. La genuinidad del arrepentimiento reparador en quien ha ofendido puede acelerar, en la víctima, la modificación de las emociones negativas. El perdón, por tanto, tiene el poder de restaurar el bienestar en ambos protagonistas, víctima y victimario.
Hay daños que quizás no se pueden perdonar. El proceso de perdón es un proceso personal e intransferible. Lo que para una persona se puede perdonar, para otra, puede que no se pueda perdonar. Así, puede haber situaciones de la vida, sufrimientos vividos, que no se puedan llegar a perdonar por mucho que se intente. Por mucho que el daño sufrido desvele emociones negativas. Se tendrá que convivir con ellas si se cree que no se puede perdonar al otro.
En estas circunstancias permanece la posibilidad, sólo, del olvido, al menos, de colocar en otro plano el dolor sufrido. No el olvido total y absoluto, sino el relativo. No haber de tener en la cabeza, y en el corazón, el resentimiento por el mal sufrido, en todo momento. Colocar el sufrimiento en un plano secundario para que no advengan las energías negativas y que permita continuar la vida del presente.
A veces ocurre que uno debe convivir con el ofensor, aunque sea de manera poco frecuente, o no. Evidentemente la exposición a las emociones negativas, de rabia, odio, resentimiento, deseo de venganza, cuando no se puede perdonar pueden suponer un estrés emocional. Es mejor escenario la distancia emocional con quien nos ha ofendido, si no podemos perdonarlo. La sabiduría popular lo condensa en el dicho “ojos no ven, corazón que no siente”.
La dificultad de perdonar también puede estar dirigida hacia uno mismo. Porque no se puedan tolerar aspectos de la propia vida personal, familiar, profesional, social, etc. Incluida la interacción con los demás, de manera especial cuando uno reconoce la culpa de haberles hecho daño.
La importancia del perdón para el bienestar y, por consiguiente, para la salud mental de las personas ha propiciado su estudio objetivo. Nos referimos al intento de evaluarlo mediante cuestionarios. Existen muchos. Unos miden más una disposición al perdón y otros más una ofensa específica; otros van referidos a situaciones específicas, como la relación de pareja. Presentamos una muestra.
Las interacciones que tenemos en nuestras vidas son como un gimnasio para el perdón. Siempre debemos habérnoslas con circunstancias que nos hacen sufrir, poco o mucho. Circunstancias que podemos identificar como atribuibles a personas con nombres y apellidos concretos. Y con frecuencia, personas de nuestro entorno más cercano. Nuestro día a día nos ubica en un espacio de práctica del perdón.
El perdón, para que pueda darse, para que pueda emerger en la conciencia, requiere un proceso de juicio que pondere el alcance de la ofensa. Quien debe perdonar debe poder contemplar la acción sufrida por parte del otro, en el global de la interacción de ambos. El perdón es, por tanto, fruto de un proceso reflexivo, aunque no exclusivamente. ¿Por qué? Porque lo que se debe perdonar del otro, la acción sufrida, ha movilizado la esfera emocional de la víctima.
El perdón supone, pues, el diálogo interno de la víctima entre la parte emocional, dolida, y la parte reflexiva que puede ver más serenamente. Se trata de ponderar el dolor sufrido en el contexto de posibilidad del perdón y sopesar si no perdonar puede generar más sufrimiento que perdonar. Porque los humanos estamos programados, de alguna forma, para minimizar nuestro sufrimiento y vivir con bienestar. Por eso el proceso de perdonar une la razón y la emoción de la persona que debe darlo; convoca a ambas, razón y emoción.
En algunos casos, este proceso de perdonar a otro puede requerir la intervención de un tercero, que puede ser un profesional. Nos referimos a la posibilidad de hablar con un psicólogo especialista en psicología clínica para revisar los matices de la dificultad de perdonar. Tampoco debe menospreciarse el consejo psicológico en aquellos casos en los que resulta demasiado fácil perdonar o perdonarlo todo. Para entender por qué.