Cuando se está sufriendo un proceso de duelo ¿es necesario consultar al psicólogo? Algunos especialistas -sobre todo los que trabajan en la sanidad pública- consideran que los procesos de duelo no son reacciones patológicas. Y, por lo tanto, no deben ser atendidos en la red pública de salud mental. Ahora bien, ¿puede un proceso de duelo cursar de manera patológica? ¿puede ser conveniente, si no necesario, consultar al especialista en salud mental como puede ser un psicólogo especialista en psicología clínica por una reacción de duelo?
El duelo es una reacción ante la pérdida de alguien o algo que uno estima, aprecia o valora. Esta reacción humana consiste en dolor, aflicción, lástima, en definitiva, en sufrimiento. La persona que está pasando por un duelo tiene un sufrimiento mental, emocional, que muestra su malestar por la ausencia de lo que ha perdido. Por decirlo de alguna manera, la persona no está de acuerdo con esa pérdida, la que sea.
Comúnmente consideramos que la reacción de duelo se origina ante la pérdida de un ser humano querido. A la cabeza de las pérdidas de seres humanos perdidos que generan reacciones de duelo están los que son más allegados, los familiares: los padres, los hijos, las parejas y otros familiares queridos. A esta lista de seres humanos perdidos habría que añadir aquellos otros que sin formar parte del núcleo familiar también son considerados como seres queridos, apreciados o valorados: amistades, compañeros, conocidos, etc. El común denominador tiene que ser la afección hacia ellos.
Pero no sólo la pérdida de seres humanos puede generar el dolor del duelo, sino muchas otras pérdidas. En consulta nos encontramos con pérdidas de seres animales, de manera especial, las mascotas; no olvidemos que a menudo las mascotas, precisamente, se consideran animales «de compañía». La pérdida de la compañía es la que genera el dolor que puede originar un proceso de duelo. Con todo, muchas otras circunstancias vitales pueden generar dolor, siempre que haya un apego de afecto hacia ellas, el dolor de su pérdida. Así, podría generar un proceso de duelo, la pérdida de una cosa, de una expectativa, de una condición, etc.; por ejemplo, la pérdida de un trabajo estimado, de una expectativa valorada que haya sido frustrada, de una situación vital, de unas condiciones de vida a las que uno se había acostumbrado durante tiempo, etc. Cualquier circunstancia puede hacernos pensar en ¿cuándo consultar al psicólogo por duelo?.
Los humanos nos caracterizamos por ser capaces de amar a las personas que nos rodean, pero también a las cosas, a las condiciones de vida, a las expectativas de futuro y a un sinfín de otras cosas. El amor, por discreto que sea, genera en nosotros unas expectativas de satisfacción que normalmente son gratificantes y que, en consecuencia, nos benefician; nos ayudan a vivir. En tanto que factores de satisfacción, gratificación, placer o lo que sea considerado como positivo para nosotros, no los queremos alejar de nuestras vidas, sino todo lo contrario. Así, cuando la vida nos impone una separación respecto de nuestros «objetos» de amor, algo se rompe en nosotros, que nos hemos visto unidos a ellos por un tiempo; nos hemos acostumbrado a su compañía.
En algunas ocasiones los procesos de enfermedad de nuestros seres queridos y de nuestros allegados nos pueden avisar respecto de la posibilidad de sus pérdidas; a mayor gravedad de la enfermedad en cuestión, mayor aviso de la pérdida. El que avisa no es traidor, dice el refrán popular. Cuando uno está avisado, uno se puede preparar para la reacción que sea oportuna.; aunque la reacción del dolor de la pérdida, nunca es oportuna. En otros casos, la pérdida se impone sin avisar. De la noche a la mañana, nuestro ser querido, se nos va sin avisar. No ha habido oportunidad de vislumbrar su pérdida por la imposición de una muerte súbita.
Lo mismo se podría predicar de esas otras circunstancias vitales o de otras pérdidas de seres vivos, o de cosas, que las perdemos con o sin aviso previo. Evidentemente, la intensidad de nuestro amor hacia lo perdido va a colocarnos en una situación de mayor exposición al dolor de su pérdida; si pequeño es nuestro amor, pequeño será nuestro dolor. Así, nos acercamos a responder a la pregunta inicial ¿cuándo consultar al psicólogo por un duelo?.
El duelo ocupa un lugar en la realidad de la persona que lo padece, un lugar en sus emociones; sus emociones que suelen estar teñidas de tristeza, si la persona realiza un proceso de duelo no patológico. Los estudiosos del duelo han querido ver que el duelo se despliega en el tiempo y que pasa por diferentes etapas; etapa de negación, de ira, de negociación, de depresión y de aceptación. Estas etapas no quiere decir que se den en todas las personas; ni que se den en una secuencia que necesariamente habría de pasar, ordenadamente, por todas y cada una de ellas. Unas etapas pueden ir encabalgadas con las otras.
La negación consiste en el rechazo consciente o inconsciente de la realidad de los hechos. La realidad de la pérdida es tan dolorosa que nos vemos obligados a negarla; «no puede ser verdad». La persona siente muy vivamente que no puede ser verdad que se haya producido esa desaparición, esa pérdida. En muchas ocasiones, cuando se trata de una pérdida de un ser querido, la persona en duelo siente como si su ser querido no hubiera fallecido, como si esperara encontrarlo, una y otra vez.
La ira se produce cuando el dolor no se puede ocultar; la realidad perdida se hace evidente, no se puede negar, y la rabia se infiltra en las emociones, de manera insidiosa. Esta ira puede teñir el día a día de la persona en duelo y afectar su desenvolvimiento cotidiano en las distintas esferas de su vida (personal, familiar, laboral, relacional, etc.).
La negociación es una etapa del proceso que puede suceder de manera, más o menos inconsciente, cuando la persona necesita creer que la pérdida no ha sucedido, que no puede ser verdad; inconscientemente, la persona puede creer que la pérdida se puede revertir, bajo ciertas condiciones de negociación.
La depresión adviene cuando la certeza de la pérdida es contundente, la persona siente que no se puede zafar de esa realidad. La consecuencia es la tristeza por la rotundidad de la ausencia. La persona puede sentir el vacío de la pérdida; la propia vida queda profundamente afectada, el sentido de la propia vida puede tener que reorganizarse.
La aceptación supone que ya se ha superado el dolor de la pérdida, o cuando menos, ese dolor no invade la consciencia de la persona, ni afecta en el normal desenvolvimiento de su vida; no se está tan conectado con el recuerdo de la pérdida.
En principio siempre que crea que lo necesita la persona afectada por el duelo. O bien porque se sienta que se encalla en el proceso de tolerar la pérdida, o bien por la intensidad del dolor, o por el tiempo del duelo. Las personas en duelo pueden sentir que no quieren agobiar a los que les rodean con su dolor o que éste no es comprendido o tolerado. Así, la relación con el psicólogo puede representar esa posibilidad de acogida del dolor sin sentimiento de culpa o de resentimiento. Unas entrevistas de acompañamiento pueden aliviar el dolor de la persona en duelo. Otro formato de ayuda son los denominados grupos de duelo.
Cuando se está ante un proceso de duelo complicado estaría indicada la consulta al psicólogo. El duelo complicado puede estar en relación con situaciones de pérdida consideradas de riesgo. Hay que tener en cuenta que las condiciones de la pérdida van a favorecer unas reacciones de dolor más o menos intensas; así, por ejemplo, las pérdidas de seres queridos que deciden quitarse la vida, o las de aquellos que pierden la vida a causa de otros, las pérdidas perinatales, o las pérdidas de los hijos, las muertes súbitas, pueden ocasionar dolores muy intensos.
En estas u otras circunstancias pueden aparecer manifestaciones del duelo propias de un trastorno mental, aunque sea transitorio; angustia, soledad, culpabilidad, desesperación, tristeza, hostilidad e irritabilidad, desesperanza, ideas de muerte, apatía. Estos síntomas pueden ir acompañados de manifestaciones físicas (ahogo, palpitaciones, debilidad, falta de energía, insomnio, cefalea, etc.) y de comportamientos de cierto riesgo para la salud (aislamiento social, rememoraciones reiteradas de la persona perdida, consumos de tóxicos, etc.). Es posible que la persona sufra confusión, despersonalización o desrealización, sentido de presencia (del fallecido), alucinaciones visuales o auditivas, obsesiones y compulsiones, llanto frecuente e incontrolado y deseos de muerte. En ocasiones, la sintomatología puede confundirse con la de la depresión. Todas estas condiciones pueden sugerir la necesidad de recibir ayuda especializada por parte de un profesional de la salud mental. A menudo puede ser suficiente la intervención psicológica, en otros casos, además, puede ser útil la intervención psicofarmacológica.
En la atención psicológica al duelo se trata de empatizar con la persona afectada. Acoger su sufrimiento con respeto y compasión solidaria. Es conveniente que el profesional que atienda a la persona en duelo haya experimentado en su propia vida un proceso de duelo, en cualquiera de sus manifestaciones, para poder entender mejor a la persona que demanda ayuda.