¿Por qué necesitamos mentir? ¿Qué se entiende por mentira? La mentira podría ser entendida como esa expresión verbal, o no verbal, que es contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente. Para decir que alguien -o nosotros mismos- miente -o mentimos- implícitamente estamos diciendo que sabemos qué es ser verdaderos. Usar la mentira en la interacción interpersonal tiene consecuencias relacionales. Mientras que la verdad genera emociones y sentimientos positivos, la mentira los genera negativos. Sin embargo, la mente saludable necesita alimentarse de la verdad. La necesidad de mentir es una defensa que emplea el yo ante una situación sentida como amenazante. El uso de la mentira como mecanismo de defensa puede ser consciente o inconsciente. La psicoterapia puede ayudar al mentiroso a tomar conciencia de las razones emocionales que le impulsan a mentir.
Los humanos mentimos; unos más que otros. Hay quienes mienten a menudo; incluso sus vidas pueden estar instaladas en la mentira. No saben vivir la vida si no mienten. En el otro extremo están las personas francas y honestas que prácticamente nunca mienten, salvo alguna excepción que confirma sus reglas. ¿Pero por qué necesitamos mentir?
En este artículo nos referiremos a la mentira empleada en las interrelaciones personales. Rehuyendo, por tanto, la consideración de la actividad mentirosa como acción, como conducta, susceptible de ser criticada moral y legalmente. Ámbito propio de la reflexión ética o moralista, o propio del derecho.
La mitología romana representa a la diosa Veritas -verdad, en latín-, hija de Saturno y de Virtus, como ocultada en un pozo sagrado; ¿por qué? Porque quería simbolizar el hecho de que la verdad no solía emerger a la luz, ocultada por las mentiras. En la antigüedad, pues, ya sabían que los humanos tanto decían la verdad como mentían.
Cuándo decimos que alguien miente ¿qué queremos decir? ¿Qué ha dicho algo que no es verdad? Pero todavía podríamos preguntarnos ¿qué es la verdad? Los filósofos llevan años reflexionando a propósito de lo que es la verdad y formulan muchas respuestas posibles. Así, si respecto de lo que se puede considerar como verdad, o verdadero, hay tantas apreciaciones, ¿cómo podemos afirmar que alguien miente? Está claro que si nos preguntamos por la necesidad de mentir es que debemos referirnos a una actividad humana delimitable. Esta actividad es la que veríamos susceptible de ser mentirosa.
Si somos capaces de predicar de alguien que miente, es que también podemos ser capaces de predicar de alguien que es verdadero. Si afirmamos que alguien -o nosotros mismos- miente -o mentimos- es que sabemos, implícitamente, qué significa no mentir, ser verdaderos. Por tanto, sin entrar en el rico y sugestivo debate filosófico, permaneciendo en la experiencia humana común, nos sentimos capaces de diferenciar la verdad de la mentira.
La mentira podría ser entendida como esa expresión verbal, o no verbal, que es contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente. Y lo importante para la vida entre los humanos es que mentir tiene consecuencias relacionales. Puesto que mientras la veracidad en el decir y en el hacer genera confianza en las relaciones personales, mentir genera desconfianza.
La necesidad de mentir responde a algún móvil, de lo contrario no sería una necesidad, sería un azar. Cuando hablamos de necesidad es que estamos determinados por una configuración que nos impele a movernos en una dirección. ¿Qué nos mueve a mentir? ¿Qué función tiene la mentira? ¿A quién mentimos? ¿al otro? ¿a nosotros mismos?
En la concepción psicoanalítica, desde el principio de las aportaciones freudianas, se ha hablado de los mecanismos de defensa. Ya Freud captó cómo el individuo necesita protegerse de lo que puede ser vivido como amenazante para su integridad biopsíquica. Así, el uso de la mentira puede responder a la necesidad de preservar al sujeto de una amenaza para el yo. Algunos animales también mienten, por miedo, por ejemplo, fingiendo estar muertos, como una estrategia de protección ante el enemigo. Mentir, por tanto, requiere de inteligencia, para poder representarse una situación potencialmente amenazante, así como de la emoción del miedo.
La mentira, como el uso de las defensas psíquicas, puede ser inconsciente, al menos en parte. Quien decide, consciente o inconscientemente, mentir puede sentirse empujado a hacerlo, por motivos emocionales; por protección. ¿De qué? De una situación que puede visualizarse como desagradable para el yo. Esto aplica al amplio abanico de grados que puede alcanzar la mentira. La sabiduría popular rescata la posibilidad de la mentira piadosa que no sería más que la afirmación falsa dicha con intención benevolente.
Incluso cuando mentimos piadosamente estamos intentando alejar de nosotros algo que nos incomoda si decimos la verdad. Nos estaríamos protegiendo a nosotros mismos de incomodarnos por tener que incomodar al otro. Porque las razones para mentir son siempre individuales, de quien decide mentir. Por mucho que nos digamos que estamos mintiendo al otro, o nos lo pueda decir el otro, si se entera que le estamos mintiendo.
El uso de la mentira responde a una necesidad interna de quién miente. La gestión de la mentira quiere evitar problemas al yo que se asusta de incomodidades si recurre a la verdad. A primera vista parecería que la mentira ahorra problemas. Pero como advierte la sabiduría popular «la mentira tiene las piernas muy cortas». Lo que significa que la mentira acaba saliendo a la luz, antes que tarde, y ahí viene cuando el mentiroso debe asumir la amenaza que quería evitar.
La configuración de la mente humana está diseñada de tal modo que busca la verdad y rechaza la mentira. El funcionamiento saludable de la mente humana requiere que su nutrición esté basada en la verdad. Si la mente percibe verdad a su alrededor, desarrolla emociones y sentimientos saludables: confianza, serenidad, esperanza, amor, paz. Tanto nos referimos al entorno exterior de la mente, en la interacción con otras mentes de otros sujetos, como al de la propia interioridad mental.
Las consecuencias de la mentira serán pues la creación de un entorno mental basado en una configuración llena de emociones y sentimientos negativos. Esta configuración mental negativa provocará interacciones con las demás mentes teñidas por la desconfianza, la envidia, el odio, el resentimiento, la desesperación, la tristeza. La organización relacional que resultará será tóxica: a nuestro alrededor se desarrollarán tensiones emocionales, fricciones en las relaciones.
Muy a menudo en la consulta psicológica somos testigos del sufrimiento mental que presentan las personas que sospechan que el otro les engaña, les miente. Este dolor es especialmente intenso cuando se ha depositado confianza en el otro, en el grado que sea. El descubrimiento de la mentira supone una decepción que, en ocasiones, es irreversible. Lo que es especialmente verdad en el ámbito de la intimidad que conllevan las relaciones afectivas.
En el fuero interno, más tarde o más temprano, el mentiroso sabe que miente; repetimos, eventual o compulsivamente. Dado que la mentira es inquietante para el estado mental saludable, puede ocurrir que uno quiera anestesiarse de tomar conciencia. Distanciarse. Pero, la necesidad de la verdad, intrínseca de la configuración mental humana, más tarde o más temprano, puede hacer que quien miente reconozca que ha mentido.
La finura de la sensibilidad de cada uno, el talante individual, puede favorecer la percepción de falta de alineamiento con la verdad que comporta la mentira. En consecuencia, buscar la forma de reparar el daño que la mentira pueda causar o a uno mismo, o al otro, o a los dos. Debido a que la verdad genera emociones y sentimientos saludables y la mentira emociones y sentimientos desagradables. Tanto en la relación con los demás como en la relación con uno mismo.
El transcurso de algunos tratamientos psicoterapéuticos favorece la emergencia de la conciencia de la incomodidad que comporta el uso de la mentira. Porque la mentira es un recurso de urgencia, una salida poco sopesada, que el yo toma ante emociones intolerables. Los tratamientos psicológicos que evolucionan a favor del crecimiento personal de los pacientes, como son los tratamientos analíticos, ayudan a asumir la angustia mentirosa. Incrementando la conciencia de las razones -emocionales antes que racionales- que mueven a determinarse en la elección de la mentira.
La reflexión ponderada en un contexto de seguridad basado en la confianza, como aporta el profesional psicólogo, puede permitir el trabajo personal. En caso de que nos ocupa, el trabajo elaborativo de las motivaciones que mueven a emplear la mentira. Al fin y al cabo, la persona que emplea la mentira debe llegar a ser consciente de que, al mentir, se engaña a sí misma. Se intoxica, primero, a sí misma; después, al otro, o a los otros.
El horizonte para las personas que mienten es poder desarrollar la capacidad de afrontar las situaciones de riesgo o de miedo subyacentes a la mentira. Haciéndose más fuertes, más decididas, más asertivas, desenmascarando al fantasma que les hace creer que la mentira es la mejor alternativa. Cuando no lo es.