¿Por qué se siente odio?

En la consulta nos encontramos frecuentemente con personas que sienten sentimientos negativos; uno de ellos es el odio. Odio, del latín odĭum, es la antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien. Se trata de un sentimiento negativo que se canaliza en forma de deseo del mal para el sujeto u objeto odiado. ¿Cuál es el origen del odio? ¿Cómo se gesta? ¿Por qué se siente odio? En este artículo nos centraremos en el odio sentido hacia personas no a cosas.

¿Cuál es el origen del odio?

Si nos preguntamos por el origen de tal sentimiento nos encontramos, primero, con una obviedad; en tanto que sentimiento, es propio de los seres capaces de sentir sentimientos. Los seres humanos son los que ocupan un lugar preferente, aunque no exclusivo; así, en algunos animales podríamos apreciar su existencia, aunque en forma menos elaborada, más rudimentaria.

Si decimos que el odio es un sentimiento tendremos que ver, primero, ¿qué es sentir sentimientos? y ¿quién es quién los puede sentir? Bien. Para poder sentir sentimientos tiene que existir alguien que se vea a sí mismo como un yo individual y que se vea en relación con algo o alguien que no es si mismo, sino que es otro, respecto de lo que cree ser si mismo; separado de si. Por lo tanto, la estructura básica en la que se puede manifestar el sentimiento de odio es una estructura que comporta un yo en relación con un no-yo, con otro.

La peculiaridad del odio es que en esta relación -de un yo con un no yo, con otro yo, pongamos por caso- hay un tinte de negatividad, de oposición, de amenaza, de enemistad. Aquello que es odiado concentra lo opuesto a lo que es amado.  Así, vemos que el odio es un sentimiento que está conectado al amor. Porque se es capaz de amar, se es capaz, igualmente, de odiar. Aquello que es odiado, concentra la repulsa del yo; porque el yo tiene un amor que está en otra dirección, ama en dirección contraria a lo que es odiado.

¿Qué dice la neurociencia sobre el odio?

Los neurocientíficos ya identificaron el denominado «circuito del odio«, en 2008. Semir Zeki, profesor del University College de Londres, en el Reino Unido, identificó tres regiones en el cerebro (el giro frontal superior, la ínsula y el putamen) que parecían estar conectadas entre si; el descubrimiento tuvo lugar realizando escaner cerebral de sujetos a quienes se les mostraban fotografías de personas que odiaban. Se constató que se activaba el putamen (la parte externa y rojiza del núcleo lenticular que está relacionada con la percepción del desprecio y el desagrado) como la ínsula. Curiosamente, dos de estas tres regiones, la ínsula y el putamen también están involucradas en las experiencias románticas. La ínsula, concretamente, podría estar estar implicada en la respuesta a estímulos que provocan sufrimiento, como la visión tanto de un ser amado como de un rostro odiado. De aquí que la sabiduría popular haya encuñado la sentencia «del amor al odio, hay sólo un paso».

¿Cómo se gesta el odio?

En consulta somos testigos de una mutación de sentimientos que se da, de manera especialmente intensa, en las relaciones sentimentales, sobre todo, de pareja. Algunas personas sienten sentimientos de amor hacia otra persona y este sentimiento, que puede ser de mucha intensidad, puede, también transmutarse en un sentimiento de odio hacia la misma persona amada. Algo tiene que ser visto, por parte del yo, en ese «objeto» de amor, en el otro, para que se transmute en odio, habiendo sido amor, previamente. 

No sólo se da en las relaciones amorosas de pareja, también lo vemos, en consulta, en las relaciones interpersonales en sentido amplio; en relaciones con familiares, con compañeros de trabajo, con amigos, etc. Algo se ve en ese otro, por parte del yo, como para despertar ese sentimiento de rechazo tan flagrante.

La intensidad del odio en las relaciones sentimentales puede llevar a reacciones que generan mucho dolor, quizás porque provienen de un dolor previo ¿Cuál puede ser ese dolor? La frustración está en la base del sentimiento de odio.  Al otro se le responsabiliza de la frustración o del dolor que uno puede sentir. Sea la pareja, en las relaciones sentimentales, u otra persona, en las relaciones interpersonales. El otro es la causa del dolor. Algo tiene el otro que causa dolor, en consecuencia, es odiado.

¿Por qué se siente odio?

Lo hemos dicho más arriba, porque se siente amor, o se es capaz de sentirlo. En la medida que yo amo algo o alguien, rechazo -poco o mucho- lo que no se alinea con lo que amo. Esto es especialmente verdad para el amor posesivo, que es tan frecuente en la relación sentimental. Usualmente, el amante ama a su amada con la finalidad de crear una relación de cierto privilegio sobre el otro, de quien reclama, también, cierto grado de reciprocidad. Hoy día, especialmente nuestros pacientes más jóvenes, nos hablan de la relación «cerrada» o «abierta», para designar o no este afán de posesividad que se da en tantas relaciones sentimentales, si no en todas. «Mi» pareja. En lenguaje más clásico aún es más notorio el tono posesivo: mi «esposo», mi «esposa».

Precisamente, en las relaciones sentimentales que se pretenden abiertas, el sentimiento de odio es especialmente frecuente, o bien, hacia la que uno considera la propia pareja o bien, hacia quien nos aleja de la misma. Aquí está, pues, la frustración que es la puerta de entrada del odio. Sin frustración, no es posible concebir la posibilidad del odio. Quizás podríamos resumir diciendo que, antes del odio fue el amor.

Mujer apretando los dientes, puños cerrados y ojos bien abiertos.
Mujer irada

El odio hacia sí mismo.

En algunos casos el odio se dirige desde el yo del sujeto hacia si mismo, aunque el yo se escinde y se ve a si mismo como desde fuera. El yo se odia a si mismo porque ve algo en si mismo que no está de acuerdo con lo que quiere ver de si. Esto puede estar referido a aspectos de sí mismo que pueden ser anímicos o físicos, como el propio cuerpo. Es frecuente encontrarnos con sujetos que odian algún aspecto físico de su propio cuerpo, cuando no la totalidad. De manera especial, se muestra en la consulta con personas anoréxicas o bulímicas, aunque no exclusivamente.

Toda variante de odio hacia sí mismo, por motivos físicos o psicológicos, está relacionada con la autoestima que se tiene. Es obvio que, en estos casos, lo que se produce es una autoestima baja, bajísima. Por razones que es necesario explorar en consulta, la persona con este grado de baja autoestima, llega a odiarse a sí misma, precisamente, por la percepción en sí misma de algo que no querría ver dentro de sí. Como se siente que lo odiado no se puede alejar de sí, recae sobre el yo, quien se convierte en el receptáculo del propio odio. Yo soy odiado por mí.

¿Cómo gestionar el odio?

Utilizamos la palabra «gestionar» por ser una palabra frecuentemente utilizada por nuestros pacientes cuando se las tienen que haber con emociones, sentimientos, pensamientos o comportamientos frente a las cuales se sienten, hasta cierto punto, esclavos, en el sentido de que los experimentan sin poder desprenderse de ellos, en contra de su voluntad. Ciertamente, en su mayoría, detrás de la palabra gestionar nos encontramos con la expectativa de querer dejar de lado esos aspectos negativos, los que sean.

En el caso del odio, un sentimiento que tiene tanta carga energética, que absorbe tantas energías de quien lo padece, habría que decir que, como siempre, va a haber distintas intensidades del mismo en función del temperamento de quien lo padece, así como en función del arraigo del mismo odio, de las razones que tiene el sujeto para sentirlo. A mayor raigambre del odio, probablemente, las posibilidades de gestionarlo van a ser más costosas.

En términos generales, darse cuenta de lo que provoca el odio, puede hacer que se pierda su intensidad, aunque no se deje de sentir. Al mismo tiempo, es necesario que el amor sea más grande que el odio. Tan sencillo como verificar que los sentimientos positivos son más convenientes que los negativos. Por tanto, conviene hacer crecer el amor, cuidar el amor; en la dirección en que sea posible sentirlo. La persona que siente amor tiene menos necesidad de odiar. El odio se instala en la mente que siente una carencia de amor.

¿Ayuda psicológica para aliviar el odio?

La atención psicológica puede ayudar de manera eficaz para desentrañar la raigambre del odio. Sin duda, el diálogo con una mente -la del psicólogo- que está libre de las emociones que siente otra mente -la del paciente- puede ayudar a atemperar la carga del odio, haciendo el proceso de situar las cosas en su sitio. El odio se instala en una mente que percibe la realidad conforme con sus presupuestos; el diálogo psicológico, la reflexión ponderada, puede ayudar a tomar consciencia del lugar desde el que se perciben las cosas. Este proceso puede ser decisivo para enfrentar la conveniencia de las razones del odio, así como la conveniencia de rendirse a su poder o no. Según se responda a la disyuntiva, el odio puede tener los días contados. El paso decisivo es que el amor pueda ocupar el sitio que ocupaba el odio en la mente del que lo sentía.

Conclusión.

El odio se puede manifestar en distintas modalidades, siempre apuntando a un sentimiento o a una emoción negativa: aversión, aborrecimiento, tirria, desprecio, desagrado, antipatía, afán de revancha o venganza, repulsión, inquina, saña, encono, enemistad, malquerencia, etc. Estas reacciones de odio tienen su origen en algún dolor previo que inunda la mente de quien las siente. Este dolor previo está en relación con la capacidad de sentir amor que está frustrada de alguna manera. Entender cómo el odio se gesta y como va tomando las energías mentales del sujeto que lo siente puede ayudar a hacerlo decrecer en su intensidad. La realización del sentimiento de amor puede ayudar a combatir al odio tan cerca como le sea posible de su extinción a cada persona. La consulta psicológica puede acelerar el proceso.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Verificado por MonsterInsights