Las emociones son una parte esencial de la humana experiencia ¿Qué se entiende por emociones? ¿Qué tipos de emociones hay? ¿Cuáles son las denominadas emociones básicas? ¿Y cuáles las complejas? ¿Cómo nos hacemos conscientes de las propias emociones? Las emociones se nos imponen desde dentro. ¿Cómo captamos las emociones ajenas? La neurociencia social ha determinado que nuestro cerebro está preparado para captar las emociones de los demás gracias a las denominadas neuronas espejo. La percepción de las emociones de los otros despierta en nuestro cerebro las mismas conexiones cerebrales en el nuestro, por activación de las neuronas espejo; así podemos descifrar qué le sucede al otro. Es un proceso automático, que no requiere reflexión consciente. Esta percepción de las emociones ajenas está presente en el bebé desde muy temprano. Algunas experimentos con bebés sugieren que los bebés captan la mente del otro desde los 9 meses de edad. En la psicoterapia el paciente puede poner nombre a aparentes detalles que le habían pasado desapercibidos de sus interacciones interpersonales.
En la antigüedad, en el siglo II a.C., Publio Terencio el Africano acuñó una frase en una de sus escasas comedias publicadas, El enemigo de sí mismo: “soy un hombre, nada humano me es ajeno”. La posibilidad de captar las emociones ajenas se inscribe en este compartir la humana naturaleza: el otro como prójimo, como próximo a mí mismo.
La mente humana es capaz de tener tanto conciencia de sí, cuando mira hacia dentro de sí misma, como conciencia de lo que percibe como estando fuera de sí, cuando en su percibir observa aquello que está en torno a sí misma. La acción de la mente hacia fuera de sí misma permite contemplar, entre los objetos, a otros seres humanos que, en parte, son percibidos como objetos, pero también como sujetos.
Si echamos mano de la etimología de las palabras podemos caer en la cuenta de que objeto y sujeto tienen etimología común y diferenciada. Objeto proviene del latín, obiectus, cuya composición remite al prefijo ob-, significando “sobre/encima”, el verbo iacere (lanzar/tirar) i el sufijo -tus, indicando la acción recibida, del verbo. Sujeto, igualmente proviene del latín, suiectus, compuesto por la misma raíz, iacere, i sufijo -tus, pero con el prefijo sub-, que significa “debajo”. Así, podríamos entender que, mientras el objeto se presenta encima, el sujeto lo hace debajo.
¿Qué quiere decir esto? Que la condición de sujeto queda escondida, por así decirlo, a mi percepción. Sólo puedo percibir lo que clasifica mi mente como objeto, lo que se me muestra frente a mí mismo con cierta alteridad.
Las emociones podríamos entenderlas como reacciones que nos mueven, nos movilizan por dentro, en una dirección. La mente humana aparece como un continuum de experiencia subjetiva, de uno mismo, en el que se manifiestan oscilaciones de estados mentales. Entre la diversidad de estados mentales (pensamientos, fantasías, sentimientos, sensaciones, etc.) están las emociones. Así, la mente pasa de la tranquilidad interna -en un extremo- a la movilidad de las emociones -en el otro.
Los expertos teorizan de diferente manera lo que son las emociones. Pero quizás se pueden destacar unas características comunes a todas ellas. Veámoslo.
Las emociones remiten a una expresión corporal determinada y, a menudo, facial. Tienen una función adaptativa. Mueven a la acción. Están presentes desde el nacimiento. Son universales, se dan en todas las culturas. Tienen un correlato biológico en el organismo. Se contagian. Pueden convertirse en auténticos sistemas motivacionales primarios.
Entre las emociones consideradas básicas, destacan: la alegría, el amor, la ira, la sorpresa, la tristeza, la aversión, el miedo y la vergüenza. Algunos autores han visto una suerte de despliegue de emociones avanzadas a partir de las emociones básicas: Robert Plutchik, psicólogo y profesor de la Florida University, teorizó la rueda de las emociones a partir de las ocho emociones básicas reseñadas.
Las emociones invaden la consciencia sin pedir permiso. Se le imponen al sujeto, desde dentro. A menudo, las emociones remiten a un registro corporal. Se sienten en el cuerpo. La sabiduría popular ha acuñado algunas expresiones que reflejan esta experiencia humana. Notar mariposas en el estómago; tener un nudo en la garganta; llorar de alegría; que algo nos siente como una patada en la boca del estómago; que nos rompan el corazón; me va a estallar la cabeza; cagarse de miedo; etcétera.
El sujeto humano pasa a ser testigo del cambio que se produce ante su conciencia -si la intensidad emocional lo permite: la irrupción de la reacción emocional, la que se tercie. Investigadores finlandeses hicieron un interesante estudio que se hizo público en 2013 (Bodily maps of emotions) a propósito del registro de las emociones en el cuerpo: les emociones se sienten en el cuerpo.
La posibilidad de captar las emociones ajenas está en estrecha relación con la posibilidad que el sujeto humano tiene de sentir las propias emociones. Algunos trastornos mentales (trastornos del espectro autista) interfieren esta posibilidad de captar las emociones de los otros, así como la de percibir las propias emociones. La inmensa mayoría de trastornos mentales no interfieren esta capacidad de la humana naturaleza.
La capacidad de reconocer el elenco de emociones humanas en uno mismo posibilita leerlas en los demás. Hemos dicho que el otro es un próximo a uno mismo. Bien, cerebralmente también. La constitución corporal, y particularmente la cerebral, también nos es próxima con los otros. Las neuronas espejo, concretamente, son las responsables de nuestra capacidad de empatía y de la capacidad de meternos, mentalmente, en la mente ajena. Así lo ha acreditado la neurociencia en las últimas décadas.
En la interacción con los otros estamos atentos no solamente a lo que el otro dice, sino a lo que hace; a la comunicación no verbal ¿Qué nos dice su cuerpo?, ¿su rostro?, ¿su mirada?, ¿su actitud?, ¿su gestualidad? Más allá de las palabras, cuando las hay, percibimos, aún sin darnos cuenta, el global de la interacción. Aunque no tengamos perfecta consciencia de la globalidad de la comunicación, algo dentro de nosotros, sí la tiene.
Esta capacidad de ponerse en el lugar del otro es llamada “simulación corporeizada” y, supuestamente, es la que hace de mediadora en nuestra capacidad para compartir con otros el significado de las acciones, intenciones, sentimientos y emociones -ajenas- sustentando así nuestra identificación y conexión con los otros.
El avance de las neurociencias, especialmente de la neurociencia social, y de la psicología del desarrollo ha permitido saber cuándo somos capaces de captar las emociones ajenas. Lo primero que ha puesto de manifiesto la investigación neurocientífica es que la mente, desde el principio de la vida, es una mente compartida ¿Qué quiere decir esto?
El bebé humano nace en un contexto de interacciones y cuidados. Sin este contexto, el bebé no tiene futuro, no puede desarrollarse. Así, desde el comienzo de la vida el desarrollo de la mente del bebé se da en estrecha interacción con la mente del otro. Los bebés están preparados de forma innata para conectarse con sus cuidadores mediante la imitación y la sintonización afectiva. Desde bien temprano, los bebés son capaces de reproducir, por ejemplo, movimientos de la boca y del rostro que expresa el adulto al que están mirando.
¿Por qué es esto así? Nuestra dotación biológica es compartida y, particularmente, nuestro cerebro. La neurociencia ha establecido experimentalmente, que cuando observamos a otros expresar una emoción básica dada, por ejemplo, el desagrado, se activan las mismas áreas cerebrales, los mismos circuitos neuronales, en nosotros que cuando experimentamos subjetivamente dicha emoción. Lo podríamos llamar empatía: que está implícita en el poder captar las emociones ajenas.
Los experimentos con bebés han acreditado que ya a los 9 meses de edad se percibe la mente del otro; ya se apela a los estados mentales (metas, percepciones y creencias) para explicar el comportamiento de los demás. Concretamente, se ha verificado experimentalmente, como los bebés de esa edad miran más tiempo al sujeto que busca la ubicación de un juguete en un lugar erróneo que cuando lo hace mirando al lugar adecuado (Onishi, K.H. y Baillargeon, R., 2005).
Podemos captar las emociones ajenas porque compartimos la misma naturaleza humana. Concretamente, porque nuestro cerebro contiene unas neuronas, que se llaman neuronas espejo, que están diseñadas para leer la mente ajena. Este procedimiento de lectura de la mente ajena se conoce como simulación corporeizada y es un proceso prerracional, no introspectivo y obligatorio. Se da en todos los sujetos humanos; también se ha encontrado en los macacos, aunque con menor sofisticación que en los humanos. La simulación corporeizada produce la activación de los mismos circuitos neuronales de la propia mente cuando percibimos la mente del otro, como si de una sintonía emocional se tratase.
En algunas sesiones de tratamiento psicológico, repasando con el paciente sus interacciones interpersonales, paciente y psicoterapeuta, son capaces de poner palabras a detalles de las interacciones que, aparentemente, habían pasado desapercibidas. La mente del paciente había captado, de alguna manera, cualidades de la interacción con el otro a las que no le había puesto significado. En las sesiones de psicoterapia, se da una nueva oportunidad para leer la mente ajena; por descontado, leyendo primero la propia.