El deseo de tener una relación de pareja se va gestando a lo largo de la vida. Sin embargo, eclosiona a partir de la adolescencia y se puede manifestar durante el resto de la vida adulta. La expectativa de tener una relación de pareja se origina a partir de una serie de experiencias emocionales que tienen como pasado remoto la matriz de relación emocional con la madre. Desde la infancia se capta la realidad de la relación de pareja en el entorno, empezando, a menudo, por la relación de la pareja parental. La relación se busca como un plus de satisfacción emocional. Pero no siempre, en la relación, se dan sólo experiencias de satisfacción. Pronto aparecen tensiones y conflictos. La condición sexual humana es uno de los motores de la búsqueda de la relación de pareja; en el seno de la relación se puede desplegar con mayor seguridad la comunicación sexual. La durabilidad de la relación de pareja puede tener fecha de caducidad. Es conveniente un proceso de reflexión ponderada para sopesar los motivos de la elección de la relación.
Llegados a cierta edad, algunas personas identifican el deseo de tener una relación de pareja, lo más estable posible. Así, se dicen a sí mismas o a otros: busco una relación de pareja. Es evidente que cuando se visualiza dentro de uno mismo esta expectativa existe una historia previa que la provoca.
Para poder estar en condiciones de desear tener una relación afectiva la persona debe haber experimentado, de alguna forma, esta posibilidad. El abanico de situaciones personales es muy amplio: los adolescentes, algunos aspiran a tener una relación de pareja. Los jóvenes, también, unos más que otros. Los adultos jóvenes también. Los adultos maduros, talmente. Las personas mayores, en menor medida, también. Y las personas muy mayores, sólo algunos.
Todo deseo tiene un contexto en el que se gesta y se va organizando hasta que aparece a la luz. La eclosión del deseo se expresa con palabras parecidas a las que hemos dicho: quiero tener una relación de pareja.
Cuando venimos al mundo, en una proporción muy alta, aparecemos en el seno de una relación de pareja, la de nuestros padres. Si no es el caso, si venimos al mundo en un contexto de una madre sola, muy cerca podemos captar otras relaciones de pareja. De otros miembros de la familia, probablemente, abuelos, tíos, amigos, conocidos. Es decir, la mente infantil capta precozmente la existencia de personas que mantienen relaciones de pareja.
Los impactos de la percepción de la relación de pareja que vemos cerca de nosotros quedan guardados en nuestra memoria para utilizarlos cuando nos interese. La calidad de la relación de pareja de nuestros padres deja huella dentro de nosotros, para bien o para mal. Es una referencia interna perdurable: el amor que se han mostrado nuestros padres o, de lo contrario, el desamor, la tensión, el conflicto, etc.
Cuando toca que alguien desea tener una relación de pareja, resuena en su interior, el modelo de relación que han tenido los propios padres. En ausencia de ésta, otras interacciones de pareja de personas cercanas. Este modelo puede resonar o bien para copiarlo o bien, para intentar superarlo. Si es un buen modelo, al menos, para copiarlo; si es un mal modelo, la aspiración interna es no repetirlo.
¿Cuándo surge el deseo, en qué momentos vitales? Alguien que está satisfecho con la situación que tiene, ya en pareja, ya en soledad, no se plantea tener una relación de pareja. Así, para planteárselo es necesario tener cierta dosis de frustración en la vida, por pequeña que sea. Dicho de otro modo, hay que sentir que la relación de pareja podría aportar un plus de bienestar a la propia vida.
Quien desea una relación de pareja debemos entender que no tiene ninguna, en el momento en que siente el deseo. Puede haber tenido alguna relación de pareja previamente o no. Si es que sí, puede ocurrir que el bienestar que aporta, para muchas personas, la relación, se quiere volver a experimentar. Disfrutar de la experiencia de tener a alguien a quien amar y que te ame. Si es que no, uno puede tener la expectativa de que la pareja puede aportar algo que uno cree que necesita y que no lo tiene.
Para muchas personas, la soledad de la soltería, de no tener pareja, es causa de un dolor emocional intenso. La soledad, para estas personas, resulta difícil de tolerar. La necesidad de compartir con alguien en quien depositar confianza es un profundo anhelo en una buena proporción de la población. Sobre este anhelo descansan a menudo las expectativas de organizar un auténtico proyecto de vida en común.
Cuando pensamos en tener una relación de pareja, tenemos motivos para hacerlo. Hay personas que solapan una relación de pareja con otra. Empiezan una relación sentimental, dura lo que dura y, al terminarla, comienzan la siguiente relación. Estas personas no saben estar solas o, mejor dicho, no soportan estar solas. Otros, por el contrario, les cuesta mucho asumir el compromiso de tener una relación de pareja. O bien por cuestiones de personalidad, o bien por experiencias de relación de pareja que han sido dolorosas. Sin embargo, se puede seguir sintiendo el deseo de tener una nueva; o de empezar la primera.
¿Qué se proyecta en el escenario de la relación de pareja? Cuando se identifica la posibilidad de tener una relación de pareja, se está proyectando sobre la relación un escenario lleno de contenido emocional. No podemos pasar por alto que una relación de pareja es sobre todo un espacio de relación, entre dos personas, que intercambian emociones. Y precisamente, la relación de pareja se busca para el intercambio de emociones positivas. Compañía, amor, satisfacción, compartir, pasión, apoyo, responsabilidad, ayuda, etc. Nadie quiere, de entrada, encontrarse con conflictos, tensiones, negatividad, ira, resentimiento, celos, etc.
Pero ocurre que en el seno de las relaciones interpersonales -la relación de pareja, lo es- se despliegan emociones que no sólo tienen elementos positivos. La frustración nos está esperando al final de la calle. También en una relación de pareja. La negatividad puede no tardar en aflorar en la relación de pareja, en poca o mucha proporción. Así, en la relación de pareja, los participantes de la relación se verán abocados a tener que asumir los aspectos negativos de la relación. Estos aspectos no se contemplan cuando uno está abrumado por el anhelo de tener una relación de pareja.
Los humanos tenemos esa aspiración -no todos- de buscar una relación de pareja. Los motivos deben ser de naturaleza múltiple en tanto que somos seres de cuerpo y de alma, por decirlo de algún modo. Debemos tener presente que, en los albores de nuestra existencia, cuando venimos al mundo, estamos inmersos en una matriz relacional. Al menos, la matriz de la relación con nuestras madres o de quien realiza una función maternal. Este dato permanece para siempre en nuestra memoria.
Hemos dependido de la relación con este otro, la madre, para organizar un vaivén de experiencias emocionales amorosas, de satisfacción, y dolorosas, de insatisfacción. Sobre esta temprana matriz se ha ensanchado nuestro horizonte emocional con la presencia del padre. Y del resto de personas del contexto en el que se da nuestro nacimiento: hermanos, en su caso, otros familiares y otras personas. La relación con los demás es la condición de posibilidad de nuestra satisfacción; también de nuestra insatisfacción.
Sin embargo, el deseo de la relación de pareja no está en los niños. La relación de pareja es propia de la mente adulta y, particularmente, de la mente que es sostenida por un cuerpo sexuado. La adolescencia es, pues, la condición de posibilidad para que aparezca la expectativa de la relación de pareja, por los cambios sexuales que se le dan.
En tanto que seres dotados de cuerpo -y de alma- buena parte de nuestra existencia depende de las condiciones que nos impone la corporalidad. Una de ellas es la condición de ser sexuados. Esta condición nos empuja también a la búsqueda de la relación sentimental para dar expresión a los impulsos sexuales en un ambiente de seguridad. La seguridad que aporta la relación de pareja estabilizada con una misma persona con la que expresar la potencialidad de la comunicación sexual.
Algunas personas no pueden expresar toda la potencialidad de su sexualidad más que en el marco de una relación de pareja estable. Estas personas requieren un clima de confianza emocional para poder expresar, sin prevención, el deseo sexual. La reiteración de la expresión de la sexualidad con el propio amante fortalece el vínculo de seguridad emocional, de confianza con el otro. Esta confianza ensancha los horizontes de comodidad y, especialmente, en la intimidad de la comunicación sexual.
Así, la sexualidad es uno de los motores que activa el deseo de la relación de pareja. No es el único, ni mucho menos. La necesidad de organizar un ambiente seguro en el que intercambiar el cariño, los anhelos, las complicidades, los miedos, etc., es otro. De hecho, la interacción sexual comporta momentos de satisfacción de altos vuelos que, precisamente, promueve una cierta vivencia de fusión de los amantes. Este plus de satisfacción, que va más allá del gozo sexual, es un ingrediente que vincula afectivamente a las personas que están en relación, las une.
Las relaciones sentimentales se buscan en muchos momentos de la existencia humana. Es muy elevada la proporción de la población que tiene o ha tenido una relación de pareja, por exigua que haya sido. Pero cada vez asistimos más a una constatación de la eventualidad de las relaciones de pareja: tienen fecha de caducidad. No es pequeña la proporción de relaciones de pareja que se inician con toda la ilusión pero que, con el paso del tiempo, se acaban.
¿Por qué? Las expectativas puestas en la creación de la relación a menudo no están explicitadas; la persona no las conoce. O si las conoce, no quiere considerarlas con toda tranquilidad. El deseo de la relación es tan fuerte, en algunas ocasiones, que no se quiere considerar todo lo que podría menguarlo. Se lía la manta a la cabeza.
La presión social también juega su rol. Tener pareja parece ser un bien social; de modo que quien no la tiene es como si pudiera estar en peores condiciones. Incluso por poder tener un hábitat y poderlo pagar. Así, la relación de pareja puede contemplarse como un objetivo vital que ensancha el horizonte de satisfacción en la comunidad.
La expectativa de tener hijos para muchas personas atiza el fuego del deseo de tener una relación de pareja. La edad, sobre todo de la mujer, puede constreñir el deseo de tener una pareja, dado que existe un cierto reloj biológico para tener hijos. Así, desde varios ángulos, tanto internos como externos, se configura el deseo de organizar una relación de pareja. Pero ¿con quién? La elección del compañero sentimental no es decisión banal. Conviene darse un tiempo prudencial para poner a prueba si la elección realizada tiene o no futuro. Sin embargo, no hay ninguna garantía de entendimiento con el paso del tiempo. El encaje de personalidades puede llegar a ser motivo de tensión en la relación de pareja y provocar la ruptura.
La decisión de la creación de una relación de pareja es cuestión delicada. El deseo de la relación debe estar, sin duda, pero no conviene que sólo haya deseo, sin más. Es conveniente dar espacio a la reflexión ponderada respecto a la viabilidad de empezar y-o sostener una relación sentimental con alguien. Escucharse en profundidad a uno mismo, sin prisas.
De modo natural este proceso se puede dar en el compartir con unos y otros. En ocasiones, es plausible dirigirse al diálogo con alguien con cierta experiencia en la comprensión de las relaciones interpersonales. El psicólogo clínico puede ayudar a averiguar la viabilidad de determinadas relaciones, especialmente cuando las tensiones emocionales pronto hacen acto de presencia en la relación. La constitución de la relación de pareja, sentida como necesidad, por los motivos que sean, puede comportar cierta ceguera. Haciendo un símil con la conducción, en ocasiones puede ser oportuno encender, no sólo las luces cortas sino, también, las largas, que dan visión lejana.