¿Puede ser que tenga un trauma psicológico?

Si la pregunta es formulada en primera persona significa que es la propia persona la que se la hace. Es la propia persona la que tiene alguna noción, alguna experiencia, a la que referir el posible trauma psicológico. Bien, pero ¿qué se entiende por trauma?

Un trauma psicológico sería una impresión emocional intensa causada por algún hecho o evento – negativo – en la vida de la persona. La persona que lo sufre no puede superarlo o, en el mejor de los casos, requerirá un tiempo para superarlo. En otras palabras, el trauma es el recuerdo de alguna experiencia vivida, interpretada negativamente, como una emoción perturbadora, por quien la ha sufrido. El trauma tiene efectos secundarios en la vida psíquica de la persona que lo padece.

El trauma supone un exceso de estimulación, de violencia, para la capacidad de procesamiento emocional de las experiencias vitales. La capacidad de tolerancia subjetiva está puesta en cuestión. La persona siente un exceso de estimulación que no puede procesar. ¿Cómo responde la mente subjetiva a ese exceso? Con el intento de protección del sufrimiento; con la defensa contra el sufrimiento. Un tipo de defensa es el rechazo -consciente o inconsciente- de la memoria de la experiencia traumática.

El diagnóstico de trauma psicológico.

¿Cómo saber si tengo un trauma psicológico? El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) tiene un apartado específico referido a los trastornos mentales relacionados con traumas y con factor de estrés. La presencia de malestar subjetivo vinculado a una dolorosa experiencia es conditio sine qua non para tener el diagnóstico de trastorno por trauma.

La experiencia traumática se da en el espacio y el tiempo de vida personal en un momento concreto. Esta experiencia disruptiva, invade la conciencia individual y, dado que no es elegida por la persona, la somete a una perturbación. La experiencia traumática no es voluntaria. Es algo que se encuentra el individuo que la sufre en su interacción con el mundo.

Existen muchas experiencias a lo largo de la vida que no son voluntarias; las que más. Se las encuentra en el transcurso de la cotidianidad de la vida. Un pequeño abanico de experiencias es conscientemente buscado, aunque normalmente no son experiencia diseñadas por quien las busca. Siempre existe un “quantum” de la experiencia que es sorprendente, a pesar de haberla buscado. La característica de la experiencia traumática es que su calidad de sorpresa es dolorosamente vivida.

Otras experiencias buscadas que tienen una dimensión de sorpresa ineludible no son dolorosas, al contrario, puede que sean bien placenteras. Si hacemos una fiesta de cumpleaños de un amigo, preparamos la fiesta, todos los detalles, incluso las sorpresas de los regalos, por ejemplo. Sin embargo, buena parte de la fiesta no está bajo el control de sus diseñadores, de quienes la han preparado: el comportamiento humano es incontrolable. Pero el nivel de sorpresa del evento en cuestión no supone ninguna experiencia intolerable para la conciencia; el trauma, sí.

Las consecuencias del trauma psicológico.

La experiencia traumática, con el exceso de estímulo que representa para la víctima, puede provocar una resonancia que puede expresarse en dos niveles de realidad. Uno, se da a la intimidad de la mente de la persona, en forma de pensamientos, imágenes, sensaciones, sentimientos, emociones, sueños. Todos están vinculados, mayoritariamente, a la memoria consciente. El otro se muestra a nivel de comportamiento relacional con los demás: en forma de inhibición, o, por el contrario, de desinhibición, de control, de soledad, de miedo. En alguna medida, ese nivel conductual puede ser inconsciente.

Si pensamos en el aspecto de violencia que el trauma supone debemos ver verosímil que la persona trate de defenderse. La violencia es inaceptable para la psique humana, no es inofensiva, al contrario, ofende. Y la ofensa pide protección, en forma de defensa. ¿Cómo se defiende la mente humana respecto a la violencia traumática? Nos parece que, por lo menos, con la evitación, la represión, la alerta.

La evitación.

El trauma psicológico representa una suerte de cuerpo extraño que el individuo debe soportar en su interioridad, al menos, mientras sea concebido como tal. En tanto que cuerpo extraño infringe un sufrimiento que la mente humana no quiere y que, en consecuencia, trata de ahuyentar. ¿Cómo evitar una experiencia traumática? Obviamente, la experiencia ocurrida ya no se puede evitar, lo que sí se puede evitar es el recuerdo de esta. ¿Cómo? Con el intento de retirar la atención, de forma voluntaria. Como quien se niega a ponerse en contacto con una realidad que le suponga una respuesta miedosa.

Un ejemplo de esta reacción puede ser la de aquella persona que, habiendo sufrido una pérdida de un ser querido en una situación concreta, lo evita. Así, nos viene a la memoria el caso de un chico que pierde a su pareja estando, hablando con ella por videollamada mientras conducía. La negativa fóbica a realizar ninguna videollamada más es la evitación de la situación que le provoca la reedición del dolor de la pérdida.

La represión.

Puede suceder que el dolor sea tan grande para lo que pueda ser tolerado por la mente, que la conciencia lo aparte de sí, a modo de reacción anestésica. Es decir, que la conciencia haga que la memoria del trauma pase a ser inconsciente. Cuando esto ocurre, estamos ante el fenómeno mental de la represión: es una forma de negación que provoca la inexistencia de la causa del dolor.

La represión es una reacción defensiva muy masiva que protege del dolor, eventualmente, pero que no libera de los efectos patógenos que provoca el trauma. Puede suceder que la represión sea eficaz -para proteger del dolor psíquico- durante un cierto período de tiempo, pero no definitivamente. Una experiencia posterior, mejor, la interpretación subjetiva de una experiencia vital posterior puede despertar el recuerdo del trauma.

Niño llorando en ciudad en guerra

Un ejemplo de esta situación es la que sufre una chica que en una situación de fiesta conoce a un chico. En un momento de descuido, y sin participación consciente por parte de ella, él la droga con la bebida. Bajo los efectos de la sustancia tóxica le lleva a su casa y, al día siguiente, al despertarse con él no sabe qué hace. La chica suprime el recuerdo de la situación durante un tiempo hasta que contempla una película que relata lo mismo que ella ha vivido. La contemplación del filme hace de puente con el recuerdo reprimido y le permite acceder a él.

La alerta.

El trauma ha inoculado un daño en el estado mental de quien lo ha sufrido por su condición violenta. La reacción defensiva para protegerse de la reaparición del trauma es el estado de alerta, que sería como una suerte de vigilancia contra el enemigo. En la clínica solemos encontrarnos con estados de hipervigilancia en pacientes que han sido sometidos a experiencias dolorosas como son las experiencias traumáticas. La reacción de alerta, pues, trata de ser una protección contra una posible reedición de la amenaza vivida de forma que el sujeto no permanezca desamparado.

Cualquier experiencia de robo con cierta violencia, por ejemplo, puede servir para entender la necesidad de actitud en alerta. Como cuando a una persona le quitan la bolsa bajo amenaza en una situación concreta y toma más precauciones, en circunstancias similares. O cuando una persona joven siente que ha sido víctima de un trato abusivo sexual por parte de otra en una situación informal. Y toma muchas precauciones, dominada por la desconfianza, en el siguiente escenario de flirteo en el que se encuentra con una nueva posible situación amenazadora.

Consciencia e inconsciencia.

La mente humana utiliza el recurso de la conciencia en función de lo que necesita en cada situación específica ¿Qué se entiende por conciencia? Es una forma de conocimiento que el individuo tiene tanto de sí mismo como de su entorno. La conciencia informa del estado mental interno: de los pensamientos, sentimientos, emociones, sensaciones, fantasías. Y, a la vez, de lo que percibe procedente del exterior de la mente subjetiva: percepciones de distinta naturaleza de la realidad externa.

¿Y qué se entiende por inconsciencia? El inconsciente puede entenderse por el cúmulo de información que permanece disponible en la mente humana, pero que no pasa por la conciencia. Podríamos decir que esta información está disponible porque está almacenada en la memoria. Los neurocientíficos consideran que existe una memoria explícita, declarativa, vinculada al sistema de la conciencia. Pero hay otra, implícita, no declarativa, que está vinculada al sistema inconsciente.

La conciencia no es necesaria para muchas condiciones de la vida humana. ¿Por qué? Porque una buena proporción de la actividad humana se hace, podríamos decir, en piloto automático. Así, el inconsciente permite el normal desarrollo de la vida humana, sin requerir la intervención de la conciencia. Sin embargo, en el inconsciente también hay contenidos, por decirlo de alguna manera, que el sistema consciente no puede utilizar por razones emocionales. Nos referimos al denominado inconsciente implícito, al que el sistema consciente no tiene acceso. Pero pueden tener acceso otras personas, porque el inconsciente implícito no es declarativo, pero se muestra, por ejemplo, en la conducta.

Las experiencias traumáticas reprimidas están vinculadas al sistema inconsciente implícito. En consecuencia, necesitan algún vínculo que las haga poder volver al sistema consciente. Este vínculo puede ser cualquier experiencia que conecte con el trauma psicológico y que lo saque a la luz. O, por ejemplo, la experiencia psicoterapéutica que facilite que el paciente pueda hacer conexión con lo que permanece separado de su conciencia.

El acceso al trauma.

La presencia del trauma en la vida psíquica comporta un deterioro de la fluidez de la vida subjetiva en sus distintos escenarios. Puede verse condicionada la vida personal, afectiva, de relaciones, laboral, académica. Es necesario tener acceso mental al trauma, primero, para poder estar en condiciones de superarlo, después.

El acceso al trauma puede ser por vía directa, es decir, por la vía de la rememoración del evento traumático. Tanto si esto supone poco o mucho dolor para quien tiene el acceso. Si la persona no necesita reprimir el recuerdo de lo vivido y, por tanto, puede recuperarlo a voluntad, estamos ante el acceso directo. Si, por el contrario, la persona ha reprimido el evento traumático y no tiene recuerdo de este, el acceso no puede ser por vía directa. El acceso debe ser por la vía indirecta: es decir, por lo que se muestre en su comportamiento. Entendiendo su comportamiento en sentido amplio, atendiendo a su comportamiento no verbal, así como a los actos inconscientes. ¿Qué son los actos inconscientes? Por ejemplo, los actos fallidos y, especialmente, los sueños.

Los sueños representan la posibilidad de acceder a contenidos que la mente no puede tolerar pero que no puede negar de forma definitiva. Los sueños pueden significar una forma de querer controlar, o de modular, el malestar que supone el trauma. La comprensión de la significación psíquica de los sueños puede ayudar a establecer el puente -que se invalidó- con la conciencia del trauma. Sin embargo, es tarea muy delicada si se comprende el motivo por el que se suprimió el puente a la conciencia: por el dolor.

Atención psicológica.

Las óptimas condiciones para acceder a la rememoración del trauma psicológico son las de la consulta con un especialista en salud mental. A menudo ocurre que las personas traumatizadas psicológicamente, mantienen en el secreto la referencia al trauma. La posibilidad de la atención psicológica puede aliviar el sufrimiento de tener que sostener internamente una desconfianza que puede cronificarse y condicionar la vida personal.

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