¿Cuándo se llega a tener la consciencia clara de que se necesita acudir a la consulta con un psicólogo? A lo largo de los años, que son más de 3 décadas, he atendido a muchas personas que han tomado la determinación de asistir a la consulta del psicólogo. Nos estamos refiriendo al psicólogo clínico.
Normalmente sucede que la persona que toma esa decisión tiene razones para hacerlo, razones internas, en la inmensa mayoría de las ocasiones. Una minoría lo hace movido por el consejo o la recomendación de un tercero próximo (amistades, familiares, parejas, conocidos, etc.). En estos casos, a la persona que consulta le es más difícil la toma de consciencia del malestar, o de la dimensión del mismo; desde afuera, es más nítida esa percepción.
La decisión de ir al psicólogo, de sentir que se necesita la consulta con el psicólogo, proviene de un progresivo darse cuenta de que hay algo que no va como uno querría que fuese en la propia vida; en sus múltiples facetas. En una proporción muy elevada las personas que deciden consultar con el psicólogo lo han considerado detenidamente antes de tomar la decisión. Es frecuente escuchar en una primera visita que los pacientes se refieran a una situación de malestar que dura mucho tiempo, meses y -a veces- años; también hay quienes consultan porque hace poco tiempo que se encuentran mal con ellos mismos. Está claro que, a mayor tiempo de sufrimiento, mayor cronicidad de la sintomatología; a menor tiempo, más aguda es la sintomatología.
La guía, pues, de la decisión de asistir al psicólogo es la autopercepción del malestar. La mente humana tiene la facultad de mirarse hacia si misma, hacia dentro, y verificar qué se siente, cómo se siente uno mismo. Naturalmente, esta autopercepción puede registrar oscilaciones de malestar y bienestar en función de los distintos momentos de la vida, o de los días, o de las situaciones. Algunos pacientes nos refieren la expresión “voy a días”, queriéndonos decir que hay días buenos, de bienestar, y días malos, de malestar. Por cierto, la expresión es más propia del malestar que se presenta en forma de sufrimiento depresivo, aunque no exclusivamente.
La consciencia de necesitar a un psicólogo implícitamente denota que la propia persona siente que ella sola, sin la ayuda de un tercero -cualificado- no se puede salir de la situación en que se encuentra. El malestar psíquico mayoritario se presenta en forma de síntomas de ansiedad y de depresión.
Algunas personas, ya en la primera visita, necesitan saber si lo que les sucede es digno de la consulta psicológica o no. A veces nos preguntan si es grave lo que les sucede. Es decir, a veces la consulta viene motivada por la sensación de cierta desorientación, en el plano vital que sea. En otras ocasiones, el malestar es tan intenso, la angustia, la desesperación, la tristeza, el miedo, la falta de motivación, la falta de concentración, etc. que la persona que nos consulta ya nos transmite -a menudo, sin palabras- el alivio que les supone poder disponer de la colaboración de la mente entrenada para la atención del sufrimiento mental como lo es la del psicólogo, de manera especial aquellos que han realizado un entrenamiento personal previo.
Es este un tema delicado. Está claro que el profesional psicólogo clínico debe estar acreditado. Esta acreditación pasa, como mínimo, por la inscripción en el Colegio profesional de psicólogos. Es una manera muy básica de acreditar que el profesional tiene los estudios superiores que se requieren para el ejercicio de la psicología en general. Pero, además, se requiere que se pueda acreditar la especialización en psicología clínica, cosa que suele constar, también, en el propio colegio profesional. Otra cosa es que una persona no requiera la consulta con un especialista en psicología clínica y que le sea suficiente la consulta con el generalista, el psicólogo sanitario. Sin duda, que hay buenos profesionales de la psicología sanitaria que no tienen la especialidad en psicología clínica. Se trataría de ver cuál sería la necesidad del paciente de ser atendido por un profesional de mayor cualificación, de mayor especialización, o no.
A este primer nivel de formación se puede añadir la especialización en psicoterapia que puede ser exigida del psicólogo que pretenda ayudar a las personas que presentan síntomas mentales, precisamente, mediante la ayuda psicoterapéutica. En nuestro país, y en la comunidad europea, existen diferentes programas que regulan la formación del psicoterapeuta en sus distintas especialidades. La persona que quiere consultar con un especialista de la psicología para atender el sufrimiento mental puede confirmar, por diferentes vías, su acreditación en psicoterapia.
Además, hay que señalar que la decisión, basada en la sensación interna de necesitar un psicólogo, debería poder considerar no solamente la formación del psicólogo, su acreditación, sino su experiencia clínica, su pericia. Algunos jóvenes psicólogos tienen ciertos niveles de acreditación formativa pero, desgraciadamente, poca experiencia clínica. En otros casos, puede darse la situación inversa: algunos psicólogos tienen poca acreditación, pero mucha experiencia; son los menos.
Por último, hay que tener en cuenta que la atención psicológica se da en la interacción entre dos personas, la persona del paciente y la persona del profesional. Como toda interacción humana no está exenta de sus propios condicionantes. Entre ellos está la conexión que pueda existir entre las personalidades de ambos protagonistas, dicho de otra manera, la empatía para entender la situación mental del paciente, por el lado del psicólogo; la confianza depositada en el profesional, por el lado del paciente. Así, la elección del psicólogo, su acierto, tendrá que ser verificada por la experiencia de la consulta una vez realizada. El paciente podrá confirmar si su elección ha sido acertada o no.